lunes, 17 de diciembre de 2012

La eternidad dura tres cuartos de hora


Estoy convencida de que, entre zarpazo y zarpazo, he descartado a trescientos amores eternos por un balbuceo a destiempo, o un mal juego de palabras.



Ni soy exigente, ni presumida, ni aspiro a la perfección. Pero si no siento con un hombre la misma reverberación que me recorre la piel cuando pinto, esa sensación de estar jugueteando con la pajita rellena de azúcar que puede ser la vida si una se lo propone, no hay amor alguno que rascar.



A veces, hay que reconocerlo, el azar te roza la mejilla y te despierta y es por eso que siempre estoy atenta a un buen cambio de viento. Con Alfred todo empezó rodado. No me engañó su pose de bohemio de siete vidas, ni el pelo lacio y entrecano de cuarentón avanzado, canalla de mil portales y enemigo de puertos seguros. Supe en cuanto le vi, que estaba ante un niño grande en busca de afecto.



Nos conocimos en una de mis exposiciones. No era uno de los habituales y nadie de mi círculo le conocía. Me hizo gracia verle con esas trazas de poeta despistado, deambulando entre mis pesadillas enmarcadas, aquellas estampas de dolor azul mentolado colgadas de las paredes. Inspeccionaba la sala con mirada atenta, como si pudiera reconocer mis carencias, el porqué de los gritos atrapados tras los trazos. Cuando se acercó, di un simbólico paso atrás, marcando las distancias, tal vez porque aún me escocía la cicatriz de la huída de Marco a Catania con mi colección de flores secas.



Siempre he sido muy analítica con las primeras impresiones, casi rozando la superstición. En cualquier gesto soy capaz de ver la sombra deformada de un futuro defecto, o la promesa inefable de un placer que arrebatar a mordiscos. Había desestimado a demasiados hombres, al subirme a un podio que sólo yo sabía que era frágil, un parapeto de fingida altivez desde el que la artista concedía o no sus favores. Mi defecto siempre ha sido ser demasiado radical, o demasiado consciente para ser feliz.



Pero el día que me encontré con Alfred estaba en una de esas fases sensibles que luego detesto, pero de las que no puedo desligarme. Cuatro paradas de metro antes de bajarme en Tribunal, se había sentado delante de mí una pareja de viejecitos entrañables. En otras circunstancias, no hubiera visto en el rostro arrugado de la mujer nada más que sometimiento y resignación, una vida sexual limitada a la procreación y al silencio, a años luz de mi universo de rasgadora de esternones y creadora de ficciones esquinadas.



Alfred pisó fuerte desde el inicio, desde la humildad, desde el silencio con el que atendía a mis explicaciones.



―Creo que eres de los pocos que te has dado cuenta de que toda esta serie azul de galgos ahorcados no es una simple denuncia de las atrocidades que cometen los cazadores. Casi me da algo cuando has dicho que este de aquí tenía mi misma mirada. Y no porque piense que me has llamado perra, sino porque sólo un espíritu sensible es capaz de reconocer el sufrimiento ajeno y no girar la cabeza para mirar a otro lado.  



 Me contó que él escribía como colaborador en una revista de tirada nacional y tuve que disimular que ni siquiera me sonaba su nombre y que  apenas leía nada más que los poemas que escribían mis amigas, las mismas a las que en ese momento ignorábamos a hurtadillas mientras recitaban versos inspirados en mi obra pictórica. Ajenos a todo, entre susurros, nos entregamos a una complicidad sencilla, pausada.



―La verdad es que Carlota tiene una voz preciosa para recitar, a pesar de lo que fuma. Un poco a lo Chavela, pero creo que ninguna de sus composiciones ha logrado captar el mensaje de mis cuadros. La poesía es falsa por naturaleza. En cambio, la pintura permanece, es tal como la ves, expuesta, ardiente, desnuda.



Él empezó a decir algo demasiado aburrido sobre la relación entre la muerte y la pintura, pero supe enseguida que era la timidez la que le obligaba a escudarse detrás de aquel continuo enfrentamiento con todo lo que yo le decía. En realidad, no me importaba alargar aquel juego. Yo tenía la mente puesta en aquella pareja de ancianos del metro, que ahora se me antojaba la viva estampa del amor eterno. Cerré los ojos y me imaginé acompañada por Alfred en un medio de transporte futurista, viajando en una cápsula que viajaba a gran velocidad, como la sangre por mis venas, por un sistema de tubos comunicantes que conformaban el corazón de una ciudad sin cloacas, en las que no había cicatrices que trazaran la vía férrea de mis recuerdos



 Y aunque mi precoz carrera como pintora se caracterizaba por un obstinado solipsismo, que yo misma guardaba con celo, me lancé por la cuesta de la ilusión sin temer la caída. Empecé a desvelarle el significado de todos y cada uno de mis cuadros, los matices que diferenciaban unos de otros. Si bien todos ellos representaban galgos ahorcados, en realidad simbolizaban diferentes etapas de mi vida.



―Éste, por ejemplo, si te fijas, tiene un charco de sangre azul en el suelo. En realidad es la muerte de mi infancia, la primera sangre, la pérdida de la inocencia.



 Así, poco a poco, a lo largo de aquellas horas, le fui mostrando mi visión del mundo, el ángulo desde el que, con mi obra, deformaba una realidad que me era extraña, a la que temía pese a mi aparente seguridad.



Él callaba y asentía en silencio, paladeaba mis palabras al mismo tiempo que apuraba las copas que se iba tomando. Hice una broma acerca de la inconveniencia de abusar del alcohol a ciertas edades y me sonrió de forma enigmática  Calculé que me doblaría en la edad, pero no me importaba un detalle tan terrenal. Tenía ante mí a un auténtico padre redentor, alguien que me entregaría su corazón, que me mostraría el envés del mundo, la cara oculta de todas las lunas que los poetas han imaginado.



Le quería así, sencillo, atento a mi verdadera esencia, como aquel anciano del metro que amaba en silencio, ahora lo sabía, a su esposa.  No quise darle importancia a todo lo que empezó a decirme sobre su obra, a la relación que encontraba entre algunos de sus textos y mis pinturas. No era necesario que me demostrara nada, no teníamos por qué complicar lo que era un dejarse llevar, un entendernos a la primera.



Nunca he creído en los flechazos, pero me supe ensartada por su atractivo. No me hacía falta prestar atención a sus palabras para sentirme plena y, por qué no decirlo, enamorada. Por eso no entendí sus carcajadas cuando, al llevarme a su casa, lancé un grito de horror al descubrir aquellas horribles cabezas de animales colgadas por las paredes, como si fueran grotescas réplicas a mis cuadros. Me hirieron sus burlas, las bromas sobre lo que él llamaba pusilanimidad de capital. Me dolió que, como tantas otras veces, la eternidad hubiera sido ultrajada, que otro amor para siempre quedara en decepción de una noche y,  sobre todo, que tuviera los estantes llenos de libros de Delibes, tan rancio y poco moderno.










jueves, 11 de octubre de 2012

Tal y como no fue



Quedaba sólo media hora para llegar y empezaste a sentir un ahogo en la garganta, la sequedad de quien se traga los nervios y las palabras. Los molinos de viento que espinaban la sierra buscaban engancharse a las nubes. Escoge tú mismo, es tu paisaje, tu telón de fondo.

No, yo me aburría viendo imágenes sin sonido.  Adivinando la estupidez de lla trama de una de esas películas para todos los públicos que proyectaban en el tren, una de esas en las que debería salir siempre Meg Ryan. Los molinos de viento no se veían apenas entre la niebla. Eran las nubes las que los ahogaban, no al revés. Me entretenía creando diálogos imposibles para aquella comedia romántica. Me reía para mis adentros. No estaba nervioso.

Te mentías a ti mismo. Fue cuando entraste al aseo del tren y te pusiste a hacer carantoñas delante del espejo. Te atusaste el pelo, coqueto, preguntándote si me gustarías. Sentías la inminencia del encuentro, la velocidad acortando el tiempo, el tren como una flecha que nadie podía desviar. Yo, mientras tanto, esperaba en aquel andén casi desierto para rubricar las rutas que habíamos pactado sobre un mapa y un territorio por explorar .

Sí, me metí en el aseo, pero porque tenía que disimular los estragos de la noche anterior. No podía aparecer con aquella expresión descolgada, así que decidí animarme un poco. Cayó un poco de polvo al suelo por culpa del balanceo de las ruedas del tren, no deberían llamarlas ruedas, sino cuchillas, de mi cerebro. Pensé en la niñita que había visto dirigirse antes hacia el aseo con su madre, un ser inocente en el mismo espacio en el que yo, ahora... En el que yo. Me la estaba jugando cada vez más. Y lo que más me fastidiaba era no saber que quería encontrar al llegar a la estación.

Seguro que trataste de adivinar, desde la ventanilla de la puerta de salida, si te estaba esperando ya, vislumbrar mi figura mientras el tren se detenía. Sí, me  viste diluida, difuminada contra el cemento. Un brochazo irreconocible de color negro, ese abrigo largo que te dije que llevaría puesto. Me viste lo suficiente como para saber que no te había fallado, que estaba allí. Respiraste hondo y pensaste en todas las palabras que habíamos intercambiado, en el valor de unas promesas que aún eran piel sin carne.

Deja de fantasear. Tienes esa absurda manía de convertir las palabras en párrafos que se diluyen. No me conviertas en literatura. Quiero ser algo más.  Yo sólo buscaba entretenerme, ahogar un deseo sordo entre tus piernas. Lo tenía claro hasta que te vi. De pie sobre tus largas piernas, pálida y sonriente. Con aquel abrigo negro que te sentaba tan bien. Cuando me abrazaste, empecé a desprenderme.  Yo sólo buscaba perderme.

Me encontraste y encerramos en un abrazo ese instante de reconocimiento. Cuando te envolví sentí el temblor de tus huesos encogiéndose. Tus ojos vibraban como si unas manos invisibles tensaran el reflejo del mundo.  De nuestro mundo. Supiste qué era la certeza.

Yo sólo buscaba perderme, no encontrarte. Tan solo quería un amor de cuatro días y un billete de vuelta escondido en la cartera. Pero te supe al instante. Recompuse las palabras que había hecho trizas, noté la burla de todas mis imposturas, transformadas en reales. Quise decir los nombres del amor, maldecir el silencio mientras devorabas mi piel, mientras lamías la sangre que brotaba de lo que fui. Los dos solos, en aquel andén convertido en un planeta para dos.

Ahora eres tú el que hace literatura, ¿lo ves? No somos tan distintos. Me pareciste atractivo y te besé con ganas, sin entender por qué parecías desorientado, tan indefenso entre mis brazos. Cuando entramos a la habitación del hotel, improvisaste unos versos torpes e inocentes, mientras yo esperaba en la cama a que te decidieras a desnudarme.

No. No fue así. Nunca has querido mostrarte desnuda. No del todo. Te gusta jugar demasiado conmigo. Recuerdo el tren, los ojos abiertos de aquella niña pequeña, su pequeño rostro contemplándome desde arriba, los gritos de su madre, todo aquel alboroto. Yo tendido en el suelo.  Todo es un poco confuso¿Pero poemas? Nunca he escrito poemas. Tú quieres que baje de nuevo a ese andén, que nos encontremos para arrancarme la piel, para convertirme en lo que no soy.  Yo que no soy, que no tengo alma, que apenas soy una imagen proyectada en los sueños de una chica vestida de negro.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Pasado el archipiélago





Kolia Vasilievich salió en silencio del enorme edificio de ladrillos amarillos y dirigió una mirada desorientada a la plaza de la Lubianka. El rostro era inexpresivo, de facciones demacradas, pero sus ojos brillaban mientras echaba mano al bolsillo remendado de los  pantalones, en busca de un pellizco de tabaco.

A pesar de conocerla desde que era un niño, la plaza le parecía extraña e infinita. Acostumbrado al hacinamiento y a la oscuridad, se sentía desprotegido bajo el cielo vítreo del invierno moscovita.  Era ya mediodía y todo el mundo pasaba presuroso ante él, como si el vaho que salía de sus bocas fuera un anzuelo que los arrastrara a sus quehaceres. Kolia observaba a los transeúntes como si asistiera a una función que le era ajena. Tal vez se acercaba la hora de la comida para aquellos más afortunados y querían llegar cuanto antes a sus hogares. O quizás trataban de eludir la sombra del edificio, pasar deprisa y corriendo, sin atreverse a levantar la mirada.

Era más probable lo segundo. En aquellos tiempos, no era aconsejable prestar atención a los desconocidos. Mucho menos, dado el aspecto andrajoso de Kolia, apenas un armazón de huesos al que habían colgado unos harapos. Hasta el más idiota o borracho hubiera reconocido que aquel desecho humano acababa de ser escupido por los engranajes del GULAG.

Una veintena por ser un héroe de guerra, sin posibilidad de esgrimir condecoraciones o vítores al poder de los soviets. La única ventaja de haber sido un combatiente veterano era que ya se había curtido en el campo de concentración alemán. Se estremecía con sólo evocar las largas noches de estrellas enjauladas. A pocos metros, los prisioneros ingleses y americanos recibían la ayuda de La Cruz Roja y eran tratados con el respeto que merecía su rango.

A él, sin embargo, de nada le valieron los galones de capitán. Era otro animal abandonado a su suerte, indigno de recibir ayuda de su gobierno, por el hecho ignominioso de haberse rendido al enemigo. El Ejército Rojo nunca se doblegaba y cualquier prisionero de guerra era sospechoso de traición a la patria.

Cuando la guerra acabó, Kolia regresó a su Moscú natal con ganas de olvidar todo el horror que se le había calado en los huesos. Podría conocer por fin a su hijo, que tendría ya dos años, y trataría de recuperar la paz en brazos de su Natasha. La capital bullía enfervorizada por la victoria y todo el mundo se preguntaba qué iba a pasar a partir de ese momento. La guerra llevaba años siendo la única realidad de los ciudadanos, así que se rellenó el silencio de las bombas con la férrea consolidación del modelo que les había llevado a todos hasta la victoria. No era un buen momento para incertidumbres o disidencias, sino la hora de ensalzar al Gran Padre.

Al llegar al barrio, Kolia encontró el vacío de una casa abandonada y noticias imprecisas sobre el paradero de su mujer. Una de las vecinas se limitó a decirle, antes de cerrar la puerta, que se olvidara de todo, que por lo que ella sabía, llevaban ella y el niño meses bajo tierra. El militar no quiso resignarse a la soledad, necesitaba pruebas más sólidas que las palabras de una vieja loca sobre la suerte que habían corrido los suyos.

Le costó varias semanas encontrar a Natasha. No le extrañó que le hubiera dado por muerto, que estuviera casada con otro hombre, ni siquiera le afectó la noticia de la muerte del  pequeño Nikolai. Al fin y al cabo, ella merecía vivir y él tenía la sensación de haberse ahogado en el barro mezclado con heces del campo de concentración de Polonia, por mucho que después hubiera sido liberado, que hubiera estado de nuevo bajo el pabellón de las tropas victoriosas, persiguiendo como perros a los que habían sido sus captores. Durante su cautiverio le habían arrebatado la dignidad, el orgullo, la palabra.

Regresó a su casa y esperó. No ofreció resistencia alguna cuando fue detenido. Sabía que muchos de sus compañeros de armas habían desaparecido y que cualquier día podía tocarle a él. La detención podía suceder en cualquier momento y no valían de nada las justificaciones ni los porqués. Ni siquiera era necesario demostrar culpabilidad alguna: el tiempo y los métodos adecuados harían el papel de juez y verdugo. Unos días sin dormir, o alojado en una celda tan estrecha en la que ni siquiera podía uno sentarse, obraban milagros. No fue tan estúpido como para confesar lo que querían oír a las primeras de cambio. Sabía que eso no agradaba a los jueces de instrucción. Fingió cierta resistencia, para luego acatar con indiferencia los veinte años en un campo de trabajo siberiano.

Un carraspeo a sus espaldas le sacó de sus divagaciones. Lárgate, más vale que no te veamos de nuevo por aquí, le dijeron, obligándole a alejarse. Con las rodillas temblando, empezó a cruzar la plaza, sin saber a dónde encaminar sus pasos. El mismo oficial que había entrado en Berlín subido a lo alto de un tanque, se veía ahora incapaz de inventar una nueva vida que no había pedido a nadie.

domingo, 23 de septiembre de 2012

YOUFEST, LA TIGRESA, WENDY SULCA Y LA MADRE QUE LOS TRUJO

Vuelvo a escribir una entrada al viejo estilo, como cuando mis sueños se veían perturbados por la presencia de seres entonces desconocidos para el gran público:  Wendy Sulca, Delfín Quispe o La Tigresa del Oriente.

Como muchos sabéis, dentro de poco se celebra en Madrid el YouFest, un encuentro demencial que va a mezclar a los antes mencionados con Rick Astley o Chimo Bayo, por citar dos ingredientes de esta macedonia delirante. Aquí, más información del cónclave satánico: Youfest

Y no, por mucho que hayan insistido mis amistades, no voy a asistir a ese festival. Reconozco que les dediqué varias entradas en su momento y estuve tan enfermo que llegué a analizar los vídeos de Wendy Sulca o Delfín Quispe. Pero aunque podría llegar a  ser divertido, no me hace gracia la crueldad subyacente del concierto, el lanzamiento de tomates cínicos desde nuestra supuesta superioridad cultural.

 No sé hasta qué punto La Tigresa o Wendy Sulca saben que merecen ser lapidadas y ascender a los altares del evangelismo andino. Tienen cierto aire de candor, una inocencia que me provoca  ternura, aunque sean unas sionistas maquiavélicas que nos están lavando nuestros cerebros europeos de neurona plana.

Que no, que no voy a ir al Youfest. Paso de ver a un rebaño de hipsters  (esa taxonomía de nuevo cuño que es menos definitoria que la de gafapasta malasañalavapiesinus) burlándose, de forma más o menos velada, de la parada de monstruos que se ha orquestado.

Espero haber resultado convincente, porque la razón real por la que no voy a ir es que mis neuronas tienen un límite y la sinapsis de horrores que se establece cuando uno empieza a picotear en Youtube me ha llevado hasta este horror sin nombre:


El mensaje del vídeo en cuestión me ha llegado hasta el tuétano: TRABAJA, FLOJO, TRABAJA. Dedícate a cosas más serias. No entres a describir el paso de baile del señor con un tocado de plumas que evoluciona frente a los aldeanos, en los colores que adornan el arco que enarbola la Tigresa, en la cara de acojone de ese cerdo salvaje acorralado que aparece al inicio de la canción, en la falta de correspondencia entre la letra y los movimientos de los labios (¡oh, los labios!) de la cantante simpar. O, sobre todo, ese momento en el que el revolucionado editor del videoclip, recorta la cara de la Tigresa en forma de corazón y la va moviendo por la pantalla, para volvernos turulatos del todo. No, no voy a perder el tiempo en eso, porque uno se hace mayor y tiene que asumir otras responsabilidades, hablar de cosas serias, joder.

P.S.: al finalizar esta entrada, me percato de que el vídeo oficial de la canción, mucho más coherente, es este, con la aparición de un señor muy flojo, recriminado por la Tigresa. Dejo ya a al buen juicio del lector valorar la calidad de uno y otro:



lunes, 23 de julio de 2012

ENTRADA AUTOMÁTICA: OUT OF BLOG

Esta es una entrada automática, generada por Blogger, debido los meses de inactividad del perpetrador del blog Desde Cicely con ardor. Mediante la misma, pedimos una disculpa genérica por su vagueza y bajeza a la hora de abandonar el blog a su suerte, sin esgrimir explicación alguna al respecto.

Ahórrese el lector tener que tragar con las consabidas excusas de cualquier bloguero, que detallamos a modo de advertencia para navegantes con su correspondiente traducción, en caso de que el autor tuviera la osadía de esgrimirlas:


- Estoy enfrascado en un proyecto más ambicioso (estoy por encima de vosotros y ando escribiendo la novela del s.XXII, aunque no creo que llegue con vida a acabarla).

- El amor ha llamado por fin a mi puerta. (por fin reuní el dinero suficiente para dar un buen uso a esa web de casaderas rusas por encargo).

- El formato blog está obsoleto, he de evolucionar (estoy enganchado en un puto nivel del Angry Birds).

- Necesito un escenario más estimulante (estoy cansado de que no me conteste ni El Tato. Voy a  soltar cualquier perogrullada demagógica en mayúsculas en Facebook para saciarme de feedback).

A la espera de más noticias del autor, disculpen el desorden del páramo.

domingo, 6 de mayo de 2012

CAMAS SEPARADAS


Se ha dormido antes que yo, como todas las noches. Me quedo solo, con mis cavilaciones, con ese deseo de soñar su piel, tan cercana pero a la vez tan negada. Nos separa más que una mesita de noche. Nos separa el desafecto, la falta de entendimiento. Siempre hemos sido de carácter muy distinto. Pero al principio de nuestra relación ¡parecíamos tan complementarios!

La luz de la luna entra por la pequeña ventana de la habitación, como curioseando extrañada por mis lamentos. No me atrevo a despertarle. ¡Es tan huraño! Hace tiempo que dormimos en camas separadas. Fue una decisión suya, claro. Nunca me convencieron las razones que esgrimió: comodidad, nuestros distintos horarios... En el fondo no había más que una razón, la falta de afecto, la frialdad que se había alojado de repente en su mirada. No se daba cuenta de que yo aún le amaba apasionadamente, que necesitaba sentir el calor de su cuerpo a mi lado, que me moría por abrazar su vientre liso, por peinar con los dedos sus gruesas cejas antes de besarle en la frente. Y ahora dos metros son todo un abismo. Un mar de dudas que no me atrevo aún a romper con mi voz. Escucho, en mi insomnio, su leve ronquido. Nunca me ha molestado. Me parece casi paternal. Él siempre ha sido quien ha puesto algo de cordura a nuestra relación, quien me ha dicho qué era lo conveniente cuando estaba equivocado. Su mundo es el mundo de las cosas que tienen nombre y lugar, donde no caben los sueños. ¡Es tan racional! Tal vez por eso prefiere la discreción, por miedo a perder nuestro trabajo. Teme que la gente del barrio chismorree sobre nuestra relación. ¡Qué más da que seamos del mismo sexo! Lo importante es el amor...

El amor, ese amor que parece que se nos está escapando. Sigue de cara a la pared, dándome la espalda. Le observo en silencio, como esperando que note mi mirada como una mano en su hombro. No puedo más. Su cuerpo esbelto es demasiada tentación, vence mi prudencia. Aunque sé lo que pasará, aunque preveo su enfado, sus palabras gruñonas, no puedo evitar decirle algo, alguna tontería que reclame su atención. Temo su reacción, pero me pueden las ganas de oír su voz, de recibir el improbable regalo de un “ven a la cama”. Tímidamente, casi susurrando, me dirijo a él desde la oscuridad.

- Blas, Blas...

- ¿Qué quieres, Epi?

viernes, 6 de abril de 2012

EL ABECEDARIO DE GOOGLE


Esto es lo que hay, esto es lo que somos. Sugerencias de Google cuando uno introduce una letra.

Sospechosas o delatoras algunas de las primeras sugerencias de Google, cuando uno introduce una letra en la barra de búsqueda: prensa deportiva, compañías de telefonía móvil y resultados la mar de comerciales. Supongo que puede variar dependiendo de la zona en la que se encuentre uno. En mi caso, Madrid. Analicemos.

A as
El primero de los dos periódicos deportivos que aparecen. Google no es culé, por cierto.

B bankia
La única entidad bancaria que aparece. Entiendo que habrá pagado una morterada por el posicionamiento, por delante de Burger King.
 
C cinetube
Esta parece de las sinceras, aunque hace siglos que no uso esta web.
 
D decathlon
Más publicidad.

E el mundo
Por delante de El País. Buen regate de Pedro J.

F facebook
Esta era indiscutible.
 
G google
Hubiera sido de tontos no ponerse los primeros. Ahora bien, ¿qué especie de centutrio busca "google" en Google?
 
H hotmail
Se les cuela la competencia.
 
I idealista
No, no es el espíritu de los tiempos, sino un portal de anuncios inmobiliarios.

J juegos
Buscar "juegos" en internet me resulta tierno...

K kinepolis
Más publi madrileña.

L lotería nacional
De ilusión también se vive.

M marca
Más prensa deportiva. Movistar relegada.

N noticias
Para quien busca información objetiva. Noticias, como quien compra pan.

Ñ ñaco
 ¿Ñaco? Vale, es una tienda Madrileña, no un cantante de reaggetton. Y de críos...


O orange
Telefonía

P programación TV
 Esto no hay quien se lo crea. Debería ser "putas" o "pollas".

Q quiniela
 Más recursos para salir de la crisis.

R renfe
Y una mierda. Lo más buscado en Google con la R es mi nombre.

S segundamano
Otro portal de anuncios, imposible que no sea "sexo".

T tuenti
Por delante de Twitter, delator. Pero sobre todo, de "tetas".

U uned
 Estos se gastan una pasta en publi siempre. Ni U2, ni leches.

V vodafone
Segunda compañía telefónica.  Claro que nadie es tan repipi de buscar "vagina".


W wikipedia
Esta parece razonable,  mira.

X xanadu
Canteo total. El buscador selecciona centros comerciales madrileños.

Y youtube
Qué menos, con lo que ha costado absorberlos.

Z zara
Que se noten los cuartos de Inditex, por encima de cualquier "zorra".

sábado, 31 de marzo de 2012

MITOLOGÍA PARA CHONIS: EL APOLO Y LA DAFNE

 
Te lo digo yo, que estuve esa noche y además me lo ha contado la Musa, que sabes que se cosca de todo. El Apolo y el Cupido estaban de fiesta en el Space y como iban ya hasta las trancas se partían hasta de su sombra, pero también andaban un poco quemados, porque no acababan de pillar cacho. Empezaban a quedar sólo las feas y aunque el Cupido tenía buen palique y se las camelaba a todas cuando le daba la gana, el que se las cepillaba luego era el Apolo, que está mazao y tiene un Polo tuneao, que de ahí le viene nombre.

El caso es que se metieron los dos en uno de los cagaderos de los aseos, para hacer inventario de lo que les quedaba y rematar la fiesta. Y en esto que a los dos les entraron ganas y se pusieron a mear. Sin mariconadas, claro. Y el Cupido, que pensaba que aunque era feo y gordo al menos tenía buena tranca, se quedó de piedra al ver que su colega no sólo era más alto, cachas y rubio que él, sino que calzaba un rabo enorme, un pedazo de manguera largo y arqueado. El Apolo notó que el otro lo miraba y se puso a mear desde lejos, apoyado en la puerta del aseo, sobradísimo. El otro se chinó y se puso a decirle que por muy larga que la tuviera, era él quien se curraba a las pibas, que sin su palique no eran nada. Pero el Apolo se partía y no paraba de llamarlo enano y cabezón y pichacorta.

Así que cuando salieron a la calle, ya era de día y las lupas negras disimulaban un poco la cara de mala hostia del Cupido, que aprovechó que su colega estaba entretenido dentro del coche, trasteando los subwoofers, para meterle un chorrazo de éxtasis líquido en el botellín de agua. Y cuando vio que se les acercaba la zorra de la Dafne, lo vio todo claro. Ella colaboró, claro, y no hizo ascos a que el Cupido la invitara a medio cuartito, porque la Dafne nunca dice que no, que para eso era la más viciosa de todo Leganés. Ninfómana, que lo que eres es una ninfómana, le decía el Cupido y los dos se partían. Él porque la muy burra no sabía lo que quería decir ninfómana y ella porque ya le estaba haciendo efecto el tripi. Total, que el Apolo salió del coche y al ver a la Dafne se dijo que menos daba una piedra y que al fin y al cabo más valía chocho revenido que pájaro en mano. Además, estaba la mar de salido y le estaban subiendo unos calores que no era normal. Bebió más agua y empezó a convencerse de que la Dafne estaba pasable, que el chándal blanco le hacía el culo demasiado gordo, y que le faltaba algún piño pero que, si no le fallaba la memoria, no la chupaba mal. Pero lo que no sabía el muy pringado es que el Cupido se había encargado de emparanoiar a la Dafne, diciéndole que Apolo tenía una enfermedad muy chunga, que habían ido a mear juntos y que la punta del nabo la tenía llena de costras y de pus, que no se fiara, porque se la quería tirar a ella para pegarle aquella mierda, que llevaba meses sin follar y era peligroso.

El puto caos, porque cuando Apolo se acercó a la Dafne to empalmao, moviendo el paquete a ritmo de David Guetta, la otra abrió mucho los ojos, pegó un grito y echó a correr. Y el Apolo salió to lijao detrás de ella, diciéndole que estaba loca y que esperara, que sólo quería hablar. Hablar, decía, pero se iba sacando la chorra mientras corría, muy fuerte. Y el cabrón del Cupido se partía el culo, revolcándose por el suelo, rojo como un tomate. Y la pobre de la Dafne, que es verdad que siempre había sido una guarra, que yo la conozco desde el insti y ya me la chupaba entonces, tampoco se merecía eso. Porque le dio un chungo y de repente se quedó parada, se quedó vegetal, tío, plantada como un puto árbol en mitad del parking. Y el Apolo se acojonó un poco, le entró la paranoia de que iba a morirse y se echó a llorar. Pero yo creo que lloraba porque en el fondo le daba rabia ver que al final no se la a iba a poder tirar, el muy cabrón, que tuvimos que llamar nosotros al SAMUR. Una movida del copón, como para escribirla.

domingo, 19 de febrero de 2012

ENVIDIA SANA

Es lo que siente uno al leer La conjetura de Perelman, de Juan Soto Ivars. En realidad, la lectura de la novela me ha causado la reconfortante satisfacción que nace de las expectativas cumplidas. La sinceridad con la que Juan  me ha hablado siempre de la escritura y del mundillo literario me confirman que estamos ante un autor que no abandona al lector al aburrimiento, ni se mira el ombligo para arrojarnos pelusas. Inteligente y entretenida,  La conjetura de Perelmán, al margen de disquisiciones literarias, es una película que se deja ver sin necesidad de aguzar la imaginación. Merecería ser rodada por los hermanos Coen o un Tarantino en sus mejores momentos.

Porque esta es una novela en la que, sobre todo, pasan muchas cosas y en la que los personajes están muy bien perfilados. Uno se enamora de la sensual arrogancia de Mary Parsons, trata de averiguar qué se cuece en la mente de Perelmán y puede oler el aliento de Kurmonov. Y eso es una mano ganadora que cualquier historia debe poseer: crear personajes que podríamos reconocer por la calle. Si a eso le sumamos las pinceladas de humor grotesco, por momentos descacharrante, la parodia política (¡larga vida a Golia!) o un desparpajo estilístico que asume sus riesgos, utilizando aguijonazos poéticos en su justa medida, no es de extrañar que sienta una especial afinidad por obra y autor. Una suerte haber conocido a ambos.

miércoles, 15 de febrero de 2012

PROFILAXIS


―Es como aquella mítica campaña prelunch de la ONCE, la de El Cuponazo y la cola interminable de fichas de dominó humanas. Claro, es normal que no la recuerdes, porque tú serías una cría entonces. No, mejor no me digas la edad, porque soy capaz de arrepentirme de estar hablando contigo. Pues hazte a la idea que fue la tomadura de pelo más exitosa de la historia de la televisión española, una enorme serpiente… que digo, un churro inmenso que  atravesaba el paisaje urbano y las débiles defensas de la cultura audiovisual de los consumidores ochenteros. Un churro que le salió a los cieguitos por un pico y que forró de billetes y de coca a los creativos de la agencia, que en realidad se habían limitado a copiar la estrategia de la televisión americana. No es que ahora sea distinto. Se copia igual, pero ahora la venta de formatos e ideas está más regulada. Por aquel entonces, cualquier tarado con un morro más grande que su antena parabólica podría dárselas de genio. Espera, que te pido otra copa.


Ella le observa alejarse hacia la barra y aprovecha que ya no puede verla para resoplar a gusto. Necesita estar mucho más borracha para aguantar aquello. Apura de un trago la ginebra aguada del fondo de la copa y un cubito choca con la punta de su nariz. El hielo le transmite la misma sensación que la charla del publicista, pero esboza la mejor de sus sonrisas cuando éste vuelve a la mesa, con dos copas en la mano.

―Ahora todo el mundo se hace el entendido con los gintónics, van a pubs especializados para pagar casi el doble por una copa, porque el último recurso de los ignorantes es compartir una moda . Y la creación de modas es necesaria para mover el mercado, así que todos contentos. Dentro de poco será el vodka, pero de momento todo el mundo se deja tomar el pelo por unos granos de pimienta y unas rodajas de pepino. Yo vengo todos los días a este bar y saben que no me pueden tomar el pelo. Larios y Schweppes, bien cargaditos. No hay nada mejor que reinventar la sofisticación. Yo siempre he sido de Schweppes y no por casualidad. Fui yo quien descubrió a Bernard le Coq, el actor francés de los anuncios de tónica de los ochenta. Tenía una fisonomía gris que daba mucho resultado, un aspecto de oficinista medio, pero simpático e inteligente, algo pillo. En realidad, era un cabronazo que traía loco a la compañía, porque dependieron durante demasiados años de su imagen y el puto gabacho se creía con derecho a ejercer el derecho de pernada con todas las becarias. Si por aquel entonces te hubieras cruzado en su camino.

La chica no disimula el gesto de desagrado cuando bebe el primer sorbo de la copa. Está cargadísima y le da la sensación de estar siendo desinfectada, para que su estómago pueda digerir la conversación. Hace poco que ha entrado a trabajar en la agencia, pero las fantasías que tenía sobre el glamour del mundillo publicitario se están desvaneciendo. No puede apartar la mirada de la barriga del hombre. Le falta un botón de la camisa y de vez en cuando asoma, como un ojo de sepia, su ombligo, ribeteado por una pelusa. Se abotona el escote de la blusa, fingiendo que hace frío, en un gesto instintivo de defensa.

―Pero ahora las becarias no tenéis por qué tener miedo. Sólo os queremos explotar laboralmente, hay demasiado miedo a las denuncias de acoso. Así que puedes hacerte a la idea de que, si no estuviera yo, te exprimirían hasta echarte a la calle. Siempre ocurre así. Es una pirámide predadora, en la que unos se apropian las ideas de otros. Los que estáis en la base sólo podéis aspirar a hacer menos horas por la patilla, como decís ahora. Tienes suerte de que haya visto en ti a alguien con un talento en bruto. La idea que tuviste con lo de los condones era cojonuda. Cojonuda, ¿ves? Si es que no puedo evitar ser ingenioso. Claro que luego la tuvimos que modificar bastante para adaptarla al cliente, pero ya te acostumbrarás a esas cosas. Al principio pica, pero Manu dejó muy claro que no quería nada ofensivo, ningún anuncio que escandalizara a nadie. Ya sabes que el grupo está en manos de la carcoma. Deben haber acabado con todos los bancos de iglesia y ahora buscan otros comederos. Pero lo que venía diciendo. Que tu idea me pareció muy buena, la jovencita dejando el condón a sus padres, porque quiere seguir siendo la reina de la casa. Pero quise protegerte de las críticas de los jefes, por eso se la envié yo mismo, sin meterte de por medio. ¿No vas a beber más? Pues pensé… esta chica sí que vale. Los tiene bien puestos. De nada, chata. Claro, te espero.

Elena entró en el baño, buscó tres monedas en el monedero, sacó el cuaderno del bolso y salió del bar con disimulo.  El camarero, que conocía al publicista de toda la vida, no reprimió la risa al pasarle el platillo, con una caja de preservativos y una escueta nota que decía “Para la próxima tonta a la que des por culo”.




domingo, 12 de febrero de 2012

TORNANT ALS POEMETES

Torne al vers com un cadell
alletat per la impaciència,
empassant-me falsos silencis,
fugint de laberints i cabdells
de paraules que s’enganxen a la vida
com una sangonera esclatada,
del posat escèptic del lletraferit
que s’embolcalla de falsos averanys.

Ara que sent com brolla el crit,
que el  circ de versos encerclats
m’ofrena el cadàver del trapezista,
em reconec ajagut sota la pluja,
deixe que el meu cor s’assaone
amb la senzilla imminència de la nuesa.

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Vuelvo a los versos como un cachorro
amamantado por la impaciencia,
tragándome falsos silencios,
huyendo de laberintos y ovillos,
de palabras que se enganchan a la vida
como una sanguijuela reventada,
de la pose escéptica del letraherido
que se envuelve con falsos augurios.

Ahora que siento como brota el grito,
que el circo de versos cercados
me ofrenda el cadáver del trapecista,
me reconozco tendido bajo la lluvia,
dejo que mi corazón se sazone
con la sencilla inminencia del desnudo.