miércoles, 27 de octubre de 2010

Shola jo bhadke

No, no es que me haya pasado con los vodkatonics. Aún no bebo entre semana. Es el título del tema que comparto a continuación, cortesía de un buen amigo, que me ha pasado el enlace, y que voy a dejar en el anonimato, a no ser que quiera desvelar su culpabilidad.

Antes de darle al críptico enlace de Youtube, esa caja de Pandora cotidiana, pensaba que podía tratarse del vídeo de Wendy Sulca cantando Like a virgin, de Madonna, ya que este amigo conoce mis enfermizas aficiones (no me he atrevido nunca con la Wendy adolescente, pura degeneración mediática). Pero no, se trata de un tema musical de una película bollywoodiense.

Los tambores iniciales me recordaron en un inicio la película Yo anduve con un zombie, pero nada más alejado del espíritu de la inquietante película de Tourneur. Se trata de una danza alegre, vital, campestre, sexual. Más de siete novias hawaianas para siete hermanos con camisas y sombreros de paja, con una sensualidad naïf, casi infantil. Claro que todos sospechamos el valor simbólico esas palmas que dan.

Buen rollo.

viernes, 22 de octubre de 2010

FACEBOOK TE BUSCA UNA PÁJARA



 Supongo que no habré sido el único en leer "PÁJARA".

jueves, 21 de octubre de 2010

El 121


Las dos mujeres están sentadas cara a cara, en el interior del autobús. No se conocen, son dos extrañas en un medio de transporte público. Pura normalidad. Evitan cruzar la mirada, establecer cualquier vínculo personal que pueda resultar incómodo, pero se observan con disimulo.

Una de ellas, sentada en sentido opuesto al de la marcha del vehículo, tiene cuarenta y tantos años. Aparenta muchos más. No está maquillada y lleva el pelo mal recogido en un moño descuidado, propio de una anciana. Se encuentra ligeramente mareada, pero no se atreve a pedirle a la otra que le cambie el asiento. El autobús está repleto de gente, pero a todos los efectos, sólo nos interesan ellas dos.

La otra mujer es una chica de unos quince años. También aparenta más edad, pero no por las mismas razones. Está muy maquillada, y a todas luces intenta camuflar una cara que aún es de niña. Va vestida con ropa deportiva, masca chicle de forma nerviosa, y un chasquido rítmico se escapa de los auriculares con los que escucha música.

La mujer mayor tiene la sensación de ser escupida por la ciudad. Siente que nada contracorriente. Los edificios se alejan de ella, la apartan del barrio en el que ha pasado toda su vida.

La chica joven tiene prisa por llegar a su destino. En su mente, divide el trayecto, que ya conoce de memoria, por edificios y tiendas que reconoce. Ya queda menos. Pasan por una de esas fronteras invisibles que cuartean las ciudades.

La mujer no tiene ganas de llegar. Cualquier distracción le sirve. Se fija en la medalla dorada que luce la chica, cuyo brillo aletea sobre su cuello, impulsado por el traqueteo del autobús. Su hija tiene una muy parecida. De hecho, aquella chica se le parece bastante. Un poco más joven, quizás, pero similar en los gestos nerviosos: un bicho travieso, un culo inquieto. Las miradas de ambas se cruzan por un instante. Las dos tienen los ojos enrojecidos.

La chica oculta la medalla, con un rápido gesto, bajo la camiseta interior. No le gusta la forma en la que la está mirando aquella vieja. Sólo tiene ganas bajar del autobús, de ver a su chico, de seguir fumando. De lo que caiga.

La mujer mayor, incómoda por haber sido sorprendida espiando, vuelve a fijar la atención en la calle. Han parado en un semáforo, ante una farmacia. Odia el olor de las farmacias, de los hospitales, de todo aquello. No quiere llegar, tener que forzar la sonrisa al ver de nuevo a su hija, comprobar cómo se degrada día a día, o alegrarse por los espejismos de cura de esos días en los que la encuentra con mejor aspecto.

La chica no puede aguantar la risa. Le duele el estómago por haber reprimido tanto la carcajada que se le acaba de escapar. Ahora está hablando por el móvil, y eso le ayuda a disimular. Cuando pueda contárselo a Josito, se van a reír de lo lindo. Aquella vieja que no deja de mirarla, que seguramente la critica en silencio por la ropa que lleva, tiene un moco, un moco asqueroso y reseco colgando de la nariz. Qué asco. Su pequeña venganza va a ser no decirle nada, dejar que vaya por la calle con aquello pegado.

La mujer se estremece al oír la risa de la joven. Le recuerda otra que hace meses que no escucha. El mismo tono, la misma alegría. Una risa que ahora mismo no tiene precio.

Ambas bajan en la misma parada, Doce de Octubre. Se dirigen al hospital, algo habitual en usuarios de una línea como aquella. En la entrada principal, un joven recibe a la adolescente, la besa en los labios. Va vestido de celador.

 La mujer pasa al lado de ambos y echa una última mirada a la chica. Ve cómo su novio desliza una caja en el bolso de ella. Se extraña un poco, pero prosigue su camino. Cuando atraviesa las puertas automáticas, el sonido de las carcajadas de ambos le llega con claridad. Su corazón se estremece al pulsar el número siete del ascensor.

jueves, 14 de octubre de 2010

¡BANKSY!

Tienes el blog medio muerto, y últimamente aprovechas las chorradas que ves por las calles de Madrid para ir acumulando paja con entradas facilonas. Claro, tienes la excusa de la novela, que te quita tiempo.Y entonces es cuando ves una enorme pintada por la calle, que te omnibula y alitera. Sobre todo te alitera. Bansky, Bansky, Bansky. Tienes claro que se escribe Bansky. Y enseñas la foto a tus amigos, te partes la caja porque crees estar en la onda. Y ellos se ríen de forma extraña, nadie te dice nada. Eres la leche, a pesar de no leer los suplementos culturales de los periódicos mayoritarios. Pero leíste algo sobre Bansky en un Qué!, o vete a saber dónde mierdas. Ahora has hecho el ridículo, deberías cerrar el blog, o fingir que ha sido una especie de juego surrealista. Menudo desprestigio, las gafas de pasta dan vueltas en la taza del WC, perdiéndose para siempre. Ya no piensas entrar por primera vez en la Filmoteca, o el Caixa Fórum. No se ha hecho la miel para la boca del asno. Se te ha prohibido el cielo, banned sky, nada de bansky. No vales para moderno, naciste el año del golpe de Pinochet.

¡¡¡BANKSY!!!!

¿BANSKY?

Claro, uno tiene el concepto claro: hacer una pintada de la hostia, en pleno centro de Madrid, en la pared de un cine muy conocido, hacerse pasar por Bansky, el graffitero más famoso y a la vez anónimo del planeta, el Robin Hood del aerosol. La noticia está asegurada. Y ya puestos, que la mamarrachada sea enorme, que las letras se vean a kilómetros. Pero te has documentado mal, o te han traicionado los nervios. Y escribes mal Bansky. Joder, menuda cagada. Y Robert pasa y hace la foto de rigor.

jueves, 7 de octubre de 2010

NO PODRÉIS CONMIGO


Relato escrito para el taller del Bremen, con el tema "conspiración".
Ya va siendo hora de decir basta. Porque aunque la prudencia y los consejos de mis amigos más allegados dictan que debo ignorar las continuas provocaciones que de un tiempo a esta parte he soportado con estoicismo por parte de mis perseguidoras, hay circunstancias en las que un inesperado orgullo impele a los pusilánimes a tomar las riendas de su propio destino.

Y yo, en cuestiones de pusilanimidad, he de reconocer que soy prócer y bastante. Siempre he rehusado el conflicto en todas sus manifestaciones. Así que, de la misma manera que nunca me he quejado por la temperatura de una sopa o por la dureza o extremada elasticidad de un mendrugo, tampoco he sabido poner freno al acoso despiadado que sufro. Todas mis desdichas (disfrazadas de efímeros placeres), son una mácula imperecedera que condenará sin remisión a las mujeres que he conocido y que desde mi más tierna infancia han perseverado en su empeño por alejarme del recto camino de la castidad.

Desde siempre he sabido que bajo su aparente desprecio se esconde el deseo. Que la torva mirada de la mujer esconde un guiño, y su saliva escupida no es sino la promesa proyectada de un beso, una burda invitación a la carne.  Bofetadas, insultos, desprecio, carcajadas castradoras ante la visión de mi sexo, no son sino ridículos recursos, rodeos parabólicos para convertir en meta el punto de partida.

 Cada uno de mis poemas que acaba hecho trizas, cada carta de amor que es reciclada junto a la publicidad de un supermercado, cada relato abucheado en los talleres literarios a los que asisto, no son sino manifestaciones de su miedo, agazapadas ante la presencia de un macho al que no pueden evitar adular con su danza  de cortejo cargada de gritos, insultos y aspavientos.

Mis amigos ignoran que todas sus novias lo son por mera estrategia, que su voluntad es única y férrea: acercarse a mí, estudiar mis gustos para poder complacerme. Me observan por encima del hombro de sus amantes cuando estos les besan, imaginando que es mi lengua la que se entrelaza con la suya, que son mis brazos los que rodean su cintura. Se lamentan por mi frío desprecio. Memorizan mis gestos, y sueñan con soñarme mientras esperan el momento para emboscarme.

La bestia con mil rostros no tiene ni nombre ni edad. Todas las mujeres son una, la misma que me sigue a todas partes, que se sienta cerca de mí en el cine, reconociendo mi buen gusto, tocándose bajo la luz del proyector que recorta mi silueta.

Empieza a costarme ignorarlas, recurrir al mito de las sirenas y taponar mis oídos con el queso del desprecio. Ni siquiera la literatura me sirve de cobijo, esa fiel compañera de viaje, que tantas veces me ha consolado en mi travesía. Desde Sade a Henry Miller, largas y satisfactorias han sido las lecturas, un báculo en el que apoyar mi mano temblorosa y cansada. Pero ya ni eso me queda. Triste consolación beber en fantasías ajenas, cuando están secas las propias.

Tal vez llegó el momento de ser devorado, de reconocer que no hay escapatoria. Pero quiero dejar constancia escrita antes de desaparecer en brazos de la lujuria. Estos días han llegado al extremo. Recurren a las más hábiles estrategias, se disfrazan de carteras y llaman a mi puerta, me roban una caricia al devolverme el cambio en una tienda, me aporrean excitadas cuando salgo desnudo a la calle para retar su osadía. Y, alcanzado el más retorcido grado de perversión, simulan prestar atención a los relatos que escribo.