miércoles, 21 de noviembre de 2018

Maiferleidi


―Es que es de cajón. Pocas sublimaciones ha habido tan claras en el mundo de la literatura como la de Borges cuando escribió El Aleph. Eso no me lo discutirás, aunque con la noche que me estás dando, no sé yo. Que mira que te encanta picarme y contradecirme. Me refiero al cuento en concreto, ¿eh? No me dirás que va a ser casual que Borges fuera ciego y que ideara ese fenómeno milagroso, ese remedo de mirada divina a través del cual poder observar la totalidad, convertirse en un dios tirado en el suelo del sótano de una casa vieja, observando una esfera diminuta que concentra y muestra toda la realidad. El ojo que todo lo ve, aquello que tantas interpretaciones ha tenido en la historia de la crítica y que claramente es un grito desesperado de Borges por recuperar la visión.
Te dejaría seguir haciendo el ridículo, porque me resultas hasta tierno cuando te conviertes en mi pedantito de pies de barro, pero es que me  está costando aguantarme la risa.
Me voy a acabar cabreando y te vas a quedar sin postre.
Con lo que te gusta a ti darme el postre. Anda, no seas bobo. Si lo que quiero es que no metas la pata soltando esas barbaridades por ahí. En mala hora te convertí en Maiferleidi, con lo bien que estabas calladito en el gimnasio marcando pectorales.
Yo seré Maiferleidi, pero tú eres un cabrón con todas las letras. Un cabrón juntaletras, a ver si voy a tener que pagar yo el pato porque te hayan rechazado otra vez la novela.
Eso no tiene nada que ver.
Todo tiene que ver con todo.
Claro, como el aleph, ¿verdad? Que te vayas leyendo los libros de la lista que te hice, no te convierte en crítico literario por arte de birlibirloque. Que estamos hablando de Borges, de uno de los autores más estudiados de la literatura del siglo XX.
Y como soy muy lerda, no puedo opinar sobre él. ¿Es eso lo que quieres decir?
No, puedes opinar lo que te dé la gana. A mí me gusta que hagas el burro conmigo, pero no que sueltes burradas.
Que sí, que tengo claro para qué me quieres, ya solo falta que me dibujes una polla en la servilleta.
Eso también, pero cuando Borges escribió El Aleph…
―Estabas tú presente y te contó que lo había escrito para describir tu ojete infinito. Es eso, ¿verdad? Te hacía vieja, pero no tanto.
Esa ha sido buena, pero no. Es algo más sencillo.
Venga, ilumíname.
Joder, que cuando Borges escribió el Aleph, aún no estaba ciego.
¿Y por qué no me lo has dicho antes?
―Como si hubiera servido para algo. Estás como un tomate, por cierto. Anda, toma un poco de vino.
―Bueno, entonces de postre…
Algo con dulce de leche.



jueves, 4 de octubre de 2018

SIN RODEOS

Podría haber sido cauto, alegar cualquier excusa para hablar a solas, dejarse ver en las reuniones semanales de la parroquia, mostrar cierto desinterés interesado cuando había más personas presentes para picarla y atraer su atención, buscar aficiones comunes, anotar cuidadosamente sus gustos, los pequeños detalles que son la llave del triunfo, recordar sus lecturas de juventud, asimilar los pasajes más didácticos del Ars Amandi de Ovidio y fantasear con las escenas del Decameron de Boccaccio, hacerse el encontradizo, tantear con sumo cuidado qué tipo de humor le hacía gracia, encontrar sus puntos débiles, investigar sobre sus relaciones anteriores, entender qué habia fallado para mostrar la cara opuesta, definir qué podía estar ella buscando, pero Luciano Martín no era persona de rodeos y metió la mano por debajo del refajo de Jacinta, aprovechando que se había agachado a recoger el rosario que se le había caído al suelo, echando así al traste cualquier atusbo de romanticismo y recibiendo un bastonazo que lo dejó seco y cortejando a los gusanos.

jueves, 20 de septiembre de 2018

AHORA TE CUENTO YO


Ya veo que te lo has pasado genial. Me alegro, porque te lo mereces. Te lo has ganado después de todo un año currando a tope. No me mires así, que hablo en serio. Lo de la reducción de plantilla sabemos que no estaba en tus manos. Lo sé, eres un currante más, codo con codo. Qué menos que poder desconectar del marrón que hemos pasado este año en ese pedazo de crucero que te has pegado con tu novia. Enséñame de nuevo la foto de Capri. Qué bonito, sí que parece una postal.  Pues yo nada, en casa, tranquilo. Sí, a veces es lo mejor, simplemente descansar. Mucha gente me lo ha dicho. Pero espera, no te vayas, aún nos queda un cuarto de hora de comida y para una vez que te sientas conmigo, te cuento lo que he hecho estas dos semanas. Cuando te he dicho que he pasado las vacaciones en casa, quería decir que literalmente no he salido de casa en dos semanas. Odio el calor y sin aire acondicionado lo mejor es estar con las persianas bajadas durante el día y tratar de moverse lo menos posible. Tengo suerte porque la casa de mis padres es vieja, de las de techos altos. ¿No sabías que vivo en casa de mis padres? No, ellos murieron hace tiempo. Tuve que volver después del cambio de sede. En realidad me hicisteis un favor, porque el piso del centro no me lo podía permitir y me venía fatal la combinación de metro. Así que volví a Canillejas, el barrio más feo de Madrid, el culo de la calle Alcalá. Perdona que me ponga literario. Como me dijiste en la reunión de seguimiento de la semana pasada, tiendo a la dispersión. Volví al barrio con el rabo entre las piernas. El regreso de un becario de cincuenta años, acojonado por la posibilidad de perder el puesto de trabajo a esa edad tan jodida. Ya, ya sé que técnicamente no soy un becario, pero sabes a lo que me refiero. Pues lo que te decía, persianas bajadas, un saco de diez kilos de comida para el gato y salir sólo para bajar la basura por las noches y fumarme un piti en el portal. Vuelta a subir y a ver la tele, encadenar cabezadas hasta perder la noción del tiempo y calentarme algo en el microondas. Ahora puedes pedir que te traigan la compra a casa, siempre hay gente más puteada que uno, eso es verdad. Ya ves, he ganado cinco kilos en dos semanas a base de comer mierdas y estar tumbado en el sofá. Ya me hubiera gustado engordar por haberme puesto gocho en el buffet libre de un hotel, pero el sueldo no da para más. Y no te creas que no he disfrutado. Estaba la mar de a gusto. La mayor parte del tiempo me quedaba a oscuras y me dedicaba a escuchar. Nunca hay silencio en esta ciudad. Como mucho, con suerte, a partir de las cuatro de la noche pueden pasar unos minutos sin que pase un coche, pero siempre está ese murmullo de fondo del tráfico. En realidad Madrid tiene mar, una marea de humanidad que nunca cesa, que es apenas un zumbido a esas horas de la noche, pero que se convierte poco a poco en oleaje. ¿Ves? Si en el fondo soy un poeta. Hay postales que uno se monta en la cabeza. Me gustó estar sin hacer nada, inerte, pasivo, medio desnudo, disfrutando de la pérdida de tiempo, consciente de los millares de vidas que me rodeaban, cazando conversaciones, con suerte algún gemido de placer escurriéndose por alguna ventana. Mi gato, viejo y castrado, era el compañero perfecto de mi inactividad. Llámame cerdo, pero no me apetecía ni ducharme, a pesar del calor. No le veía utilidad. Los muertos no se duchan y yo jugaba a estarlo. El cadáver andante de un oficinista. En las noches de más calor, me pegaba a la pared como si fuera una salamanquesa. Escuchaba el sonido distorsionado de las conversaciones de los vecinos, el cotorreo metalizado de los televisores, el rumor de los grifos y las cisternas, resonando en la noche como un aparato digestivo. Me excitaba imaginar qué absorbía vidas ajenas ¿No dices nada? No, no he bebido. Sólo creo que tengo derecho a contarte mis vacaciones, aprovechar este break para confraternizar un poco. Quiero sentirme fidelizado, parte del proyecto. Pero no te vayas, hombre. Para una vez que te cuento las vacaciones, no me dejes con la palabra en la boca.

jueves, 29 de marzo de 2018

¡Adios, ríos!

Adios, ríos; adios, fontes;
adios, regatos pequenos;
adios, vista dos meus ollos:
non sei cando nos veremos.





Un vagón de metro cualquiera. La consabida rutina, tantas veces retratada. Noche de sábado hacia la periferia, jugar a adivinar retratos e historias en los rostros, mirada esquiva de adolescente, rostro cansado de camarera, aliento a alcohol de un hombre adormecido, un niño chino, obeso, sonriente, come patatas de bolsa con ritmo de metrónomo, su madre absorta en el móvil, casi todas las miradas buscando no enmarañarse, fijándose en un punto concreto de la nada para no cruzarse entre ellas. Escena mil veces descrita, pasto de aspirantes a escritor, literatura del cansancio compartido. En la siguiente estación, sube un hombre andrajoso, un signo de exclamación serpenteando entre la muchedumbre, algunas fosas nasales se contraen tratando de enterrar el olor a muerte en vida característico. Nada nuevo, un mendigo cualquiera, de entre cincuenta años y mil derrotas de edad. Pide disculpas al resto de viajeros, ritual común del pedigüeño, no quiere molestar, como si alguien estuviera haciendo algo importante, como si la vida del resto del pasaje valiera más que la suya, captatio benevolentiae, parece avergonzado, puede que forme parte de un papel estudiado, del anzuelo que tiende para buscar el contacto, disculpen y buenas noches, no querría molestar, voy a recitar unos versos de Rosalía de Castro. Colgado en las paredes del vagón, un cartel pregona versos de un poeta relamido del 27, dentro de la campaña Ni un día sin poesía. En contraste, la turbiedad alcohólica de las palabras balbuceadas por el mendigo, apenas inteligibles, como si fuera consciente de que casi nadie sabe quién es Rosalia de Castro en aquel agujero lejos de cualquier río. Recita los cuatro primeros versos, no parece recordar más, y me tiende la mano, piel oscura, de ese color sin raza que tienen los mendigos con solera. Sé que esa moneda que le doy acabará en vino, pero el recurso a los versos me ha enternecido, su irrupción inesperada, un guiño cultural, frívolo, que bordea el ineludible continente de la tragedia, ese hombre ahora derrotado que, de niño, memorizó aquellos versos sin saber que serían un recurso desesperado, una espada de madera en una batalla perdida.

sábado, 13 de enero de 2018

P'alante




Doy por sentado que tienes en cuenta las repercusiones electorales de lo de Juan Ignacio. Que sí, que parece que de una forma u otra tu estrategia de segundo plano hace que salgas indemne, pero esta vez la has cagado bien. Y perdona que te sea tan franco y directo, pero son ya muchos años a tu lado como asesor y creo que pocas veces me he equivocado. No me gusta disfrazarme ahora de suegra gruñona, pero te lo dije, te dije una y mil veces que Juan Ignacio no era de fiar, que le tiraban más las ansias de figurar que la picha o la cartera. A los amiguetes políticos se les amarra por esas dos cosas y, si las rechazan, malo. Fíjate tú la que te ha jugado en esa puta conferencia de presa, con esos aires de superioridad moral que se da, el mentón bien alto y jugueteando con el rosario del bolsillo de su pantalón. No son de fiar, no son de fiar, sólo se ayudan entre ellos y si no eres de los suyos, de una u otra forma te acabas convirtiendo en su enemigo. Y ahora a ver cómo salimos del embrollo, que seguro que lo hacemos. Lo primero de todo es preparar una coartada, creo que sería bueno utilizar ese selfie que publicaste en año nuevo, cuando saliste a caminar con Pepe y Julián. Que no sé yo cómo mantienes la amistad con esos dos, después de que los defenestraras por lo del fondo agrario. ¿Qué cómo vas a utilizar ese selfie? Joder, está claro. Si estabas por el campo de paseíto con ellos, es materialmente imposible que estuvieras a la vez en Bruselas negociando con el catalán. Que sí, que ya sé que sí estabas en Bruselas y el selfi es de otro día, pero lo que nos ocupa ahora son dos cosas: averiguar cómo se han enterado los amigos de la sotana de lo del encuentro con el exiliado y cómo negar cualquier asomo de acercamiento con los indepes. Ahora no te oigo bien, creo que es la cobertura. Ah, que estás comiendo un polvorón. Qué cojones tienes. Yo recomendándote un logopeda para que pronuncies mejor y tú comiendo polvorones mientras te soluciono la vida. Que sí, que ya sé que para algo me pagas, así es imposible que tengas ni un mínimo de ansiedad. Menuda pachorra tienes, así te va. De bien, claro, que pareces inexpugnable, que yo no trabajo para cualquiera, presidente. Si es que siempre me acabas convenciendo, vale, no me preocupo. Perdona, es que voy conduciendo y he perdido cobertura. Sí, todo claro. No decimos nada, nada de nota de prensa y movemos algún tema en paralelo para dar de comer a los medios. Tenemos en la recámara que el fiscal les meta un buen capón a los subnormales esos del programa nocturno de La Ser. Sí, el gordo de la barba y los otros dos. Eso hará el suficiente ruido. Lo de siempre y p’alante,  presidente. Espera un momento, que me acaba de llegar un Whatsapp de Pepe. Joder. Hostia. Espera, que aparco. Te lo voy a reenviar. Sí, joder, me lo ha enviado Pepe. ¿Cómo no te diste cuenta de que te hizo esa foto? Tranquilízate y vamos a esperar qué quiere a cambio de no pasarla a la prensa. Porque algo va a querer ese hijo de puta. Ya, ya sé que no es delito, que por mear en el campo no has matado a nadie, pero… Joder, no sé cómo decirlo presidente, el cabrón ha sacado la foto en un ángulo de forma que parece que… Cómo que que hable claro. Pues que no sé cómo te pilló, desde dónde te hizo la foto, pero parece que… que la tengas diminuta, joder. Que seguro que es la perspectiva, pero piensa en el daño que puede hacer que esa foto empiece a rular por las redes. Lo entiendo, lo entiendo, no me grites. Lo que sea, le daré lo que sea, me cago en todo, pero por mis muertos que cuando te saque de esta me busco otro curro, que al menos a Clinton se la estaban chupando cuando se la sacó. Que sí, que te digo algo, que no me río, que esto es serio, pero seguro que minimizamos de alguna forma el impacto, en caso de que la foto salga a la luz. Que no, que no quería hacer un chiste. Cuelgo.