viernes, 13 de octubre de 2017

Álbum

Te llamas Bernardo Bernal y eres feo, gordo, calvo, raro. Echas la culpa de tu mala suerte con las mujeres a tu aspecto, pero no haces nada por remediarlo. Llevas casi siempre la misma ropa, apenas un recambio semanal para cada pieza. No haces ejercicio y comes mal y de forma descuidada.  Vives esperando a que muera tu madre y heredar el piso diminuto en el que convivís. De fondo, la foto enmarcada de tu padre, en el comedor, ese bigote reprochando tu mera existencia. Eres virgen a los 44, pero nadie diría que eres infeliz. Gozas de aparente buen humor, pareces buena persona y haces reír a los demás cuando te lo propones, a base de ocurrencias groseras y chistes de bar. Además, tienes un hobby con el que te sacas unas perras y que te ha hecho conocer gente. Si vas a justificar tu existencia con eso, mal vamos. Coleccionas cromos de fútbol y los vendes o intercambias en el Rastro, en la plaza del Campillo del Mundo Nuevo. Eres ya un personaje conocido allí. Los domingos te pones una camiseta demasiado ceñida de Hugo Sánchez, casi una reliquia, pero que te sirve para distinguirte entre la marabunta de coleccionistas que hormiguean  por la plaza. No fallas nunca, sonríes siempre, aunque te hagan las mismas peticiones, aunque te sepas ya de memoria qué cromos son difíciles de encontrar y la gente pregunte por ellos como si fueran uno más. No, ningún cromo es uno más, aunque muchos sean más fáciles de encontrar y estén repetidos hasta la extenuación. Fantaseas con ser algún día una de esas personas importantes que deciden cuál es la proporción exacta de cromos raros que van a salir en la colección de tal temporada. Señalar con el dedo a ese extremo izquierda del Valladolid al que nadie conoce. Darse el capricho de marcar la excepcionalidad. En la plaza, como los cromos, muchos rostros son repetidos, aunque parezcan distintos. Te permites hacer filosofía barata sobre los distintos tipos de personas que trapichean con las estampillas futbolísticas. Todos ellos se creen únicos, pero muchos responden a patrones que sabes diferenciar. Oportunistas, aburridos, ansiosos, inocentes, timadores, distintos equipos para alcanzar el trofeo de la colección completa, o para acumular cromos raros que puedan tener más valor. Lo que para unos es un intercambio provechoso para ambas partes, es un ejercicio de depredación contumaz para otros. Tú te sitúas en un término medio. Sabes mostrarte amable con los primeros y perspicaz con los segundos. Llevas muchos años frecuentando el lugar y pocos pueden decir que tengan una colección tan extensa y cuidada como la tuya. Llegas a primera hora, te sientas en ese banco que ya los habituales dan por hecho que es el tuyo y despliegas la mesita de camping sobre la que vas colocando minuciosamente tus álbumes. Teniendo en cuenta que hace tiempo que no buscas ningún cromo específico y que eres un proveedor experto, tu objetivo es otro y los medios para obtenerlo, muy básicos. Podría resumirse en que das esperanzas a la gente de obtener aquello que desean. No de forma inmediata, porque eso haría que el coleccionista de turno desapareciera una vez obtenida su presa, sino dando largas, prometiendo, mostrando primero una foto del cromo en el móvil, luego dar excusas para llevarlo una semana más tarde, llegada esa semana dirás que se te ha olvidado y acabas intercambiando móviles en vez de cromos para poder quedar algún día entre semana y cerrar la operación. Ese es el gran objetivo, el que sólo sabes tú: conseguir números de teléfono, agregarlos a tu agenda, abrir Whatsapp y guardar las fotos de perfil, las actualizaciones de estado, descartar las fotos anodinas y quedarte con los retazos de felicidad ajena, imprimir las mejores y guardarlas en un álbum que no llevarás nunca a la plaza, que no intercambiarías con nadie, repasar por las noches esas fotos en la playa, esos banquetes que no puedes permitirte, esos rostros sonrientes, con suerte acompañados de su familia, de sus hijos pequeños, tan tiernos ellos, tan inocentes.