sábado, 19 de diciembre de 2009

FELIZ NAVIDAD (A MI MANERA)

Aquí un relato que escribí hace unos diez años y que he revisado muy por encima. Tiene las carencias y el candor del escritor de relatos novato, pero me sirve como excusa para desearos unos felices días libres.

Desde Cicely, esta vez con amor.


RESERVOIR DOGS

Las instrucciones del sobre eran claras y precisas. Debían matarse entre ellos. Se conocían lo suficiente como para saber que ninguno iba a aceptar de buenas a primeras las órdenes que acababan de leer. El trabajo que desempeñaban estaba sometido a unas normas muy estrictas de obligado cumplimiento. Y siempre las habían cumplido a rajatabla.

Pero en la actualidad nadie era lo suficientemente profesional como para entregar su vida sin más, a no ser que fuera un fanático o un imbécil, y los tres llevaban demasiado tiempo en el oficio como para cumplir un mandato de aquel estilo sin más.

 El señor Blanco volvió a pasar la escueta nota a sus compañeros para que confirmaran que no se trataba de ninguna broma. El señor Rojo, no perdió su habitual cinismo, masculló alguna cosa entre dientes y esbozó una sonrisa inquietante. En cuanto al señor Negro, como cabía esperar de un personaje tan habitualmente taciturno, no mudó su semblante en absoluto. Se limitó a dar un par de pasos hacia atrás y se reclinó  contra la pared de la habitación sin dejar de observar  a sus dos compinches.

Cinco pisos más abajo, soportando el frío de Enero, sus colaboradores esperaban con la mercancía, metida en sacos y fardos, dispuestos a hacer un intercambio que sus tres jefes llevaban rato considerando si iba a producirse. Las condiciones establecidas por el cliente no eran en absoluto las que se esperaban encontrar dentro del sobre que habían encontrado en el lugar acordado para el intercambio.

Los tres eran conscientes de que cada uno de ellos no sólo estaba armado hasta los dientes sino de que eran extremadamente hábiles en el viejo arte de matar a una persona. Llevaban muchos años en el negocio  Las miradas que se dirigían estaban cargadas de tensión y decían bien a las claras lo que nadie se atrevía a decir en voz alta: no estaban dispuestos a morir, pero sí a matar sin el menor atisbo de duda a los otros dos con tal de poder contarlo. Sólo cabía esperar el primer gesto hostil que desencadenara la matanza. El señor Blanco fue el primero en romper el silencio.

- Estaréis de acuerdo en que esto se sale del procedimiento habitual. No veo ninguna razón por la cual debamos hacer caso de un papelucho del que ni siquiera sabemos su origen.

El señor Negro sonrió.

- Vamos, vamos, sabes tan bien como yo que la nota es auténtica. El sitio acordado, la fecha convenida. ¿Tienes miedo, Blanco? No me lo esperaba de ti.

Mientras los dos discutían, Rojo se llevó la mano al interior de su abrigo. Antes de que se diera cuenta, Negro ya le estaba encañonando.

- Ni un solo gesto, Rojo. A ti te tengo ganas desde hace tiempo. No me lo pongas fácil.

- Baja el arma, pringado- musitó Rojo- Sólo quería sacar un cigarro. Esta situación me saca de quicio. Soy humano, no como otros.

El señor Negro no bajó el arma en absoluto. De repente tras un casi imperceptible clic, se
oyó la voz de Blanco.

-  Baja el arma, Negro, te lo digo muy en serio. No lo repetiré.

- A la mierda.

Todo ocurrió en breves fracciones de segundo. Aprovechando la discusión de los otros dos, el señor Rojo sacó la pistola que aferraba desde un principio por debajo del abrigo y abrió fuego sobre Blanco. Casi al instante, el  señor Negro  atravesó el pecho del señor Rojo de un certero disparo que le hizo desplomarse a la vez que su propio cuello era atravesado limpiamente por el proyectil que había salido del arma del señor Blanco nada más haber sido alcanzado. El triángulo de disparos acabó con los tres en un santiamén.

Blanco estaba muy malherido. La bala le había atravesado un pulmón y empezaba a toser sangre. En medio del dolor, pudo comprobar que los otros dos no eran más que fiambres. Sangraba mucho y la vista empezaba a nublársele, pero aún pudo oir antes de que el frío le envolviera para siempre, el taconeo de un par de botas que se acercaban. Alguien entró en
la habitación y empezó a reir sin parar.

-¡Menudos idiotas! ¡Ni siquiera yo me esperaba que fuerais tan estúpidos como para caer en una trampa tan sencilla! ¿Cómo  pudisteis creer que la carta era auténtica? ¡Ahora el negocio será mío, sólo mío!

Blanco pudo reconocer entre las neblinas de la muerte el error que habían cometido. Una figura corpulenta vestida de rojo se mesaba las blancas barbas mientras le apuntaba sonriente con un revólver. Su último recuerdo fue una carcajada, la cruel risotada de un enemigo que les perseguía a los tres desde hacía años.

- ¡Ho, ho, ho!







jueves, 17 de diciembre de 2009

MERCACHINA

En medio del camino de nuestra vida
me encontré por una selva oscura,
porque la recta vía era perdida.

 


No será la sombra de Ovidio la que guíe mis pasos hasta el infierno. El Dante tenía un abono transporte reservado para los funcionarios eméritos de la palabra, y no soy sino un triste palanganero que recoge los restos del pecado y el horror ajenos.

Las puertas del averno tienen mil resquicios por los que se filtra la locura, enredándose como los cabellos de Lady Godiva en los engranajes de Tiempos Modernos. La banda de gorilas articulados había hecho mella en mi ánimo desmoronado, pero la noche me deparaba nuevas experiencias. No me es dado desentrañar los mapas torcidos que llevan a la perdición, pero sí puedo mostrar fragmentos del jarro que trituro día a día, imágenes tornasoladas de chinos sonrientes que ofrecen latas de salesa, saliendo de una nave nodriza comercial: el Mercachina.

Sólo a unos pocos iniciados en El Horror os había comentado la existencia de ese lugar, sito en Torrejón de Ardoz, una población familiarizada con las bases de ocupación (esta vez comercial) de las grandes potencias. La gran China no respeta nada, fagocita los fonemas y las ideas, y Paco Roig llora desconsolado por la suerte que puede correr su famoso Hacendado.

En mi primera visita a la ciudad, no pude captar la instantánea, no fue sino un vago recuerdo que traté de borrar de mi mente, letras verdes sobre fondo blanco, desleídas por la velocidad del automóvil. Pero hace dos semanas obtuve la prueba definitiva:



Como ya advertía la publicidad de la marquesina, hay muchas navidades aquí, hay todo un universo de consumibles, objetos brillantes, midis horrendos y luces parpadeantes tras esa persiana, esperando a propagarse por las calles, mientras  más allá de la luz de la ventana del primer piso un Norman Bates cualquiera se balancea en la mecedora de su madre muerta comiendo exóticos frutos secos rebozados.


¡El Horror!

jueves, 10 de diciembre de 2009

POMPEYA




Deslizas el índice por su cuello, y un rizo de su media melena se te enrosca como un zarcillo, jugueteas con él antes de volver a besarla, y te golpea en el pecho la certidumbre de que ya, de que no es la primera vez que,  y cierras los ojos tratando de sonreír, de disimular el miedo, de evadirte de aquel otro abrazo, de aquella imagen recurrente, y te consuelas ya de vuelta contemplando la belleza de  su rostro, el tesoro bajo la marca serena de cada uno de sus gestos, esa expresión familiar, ese poso común que siempre te pierde,  sus pupilas titilando al compás de la música del pub. Decides dejarte llevar, ignorar los viejos fantasmas, ahora que el alcohol parece haber desplegado las solapas del tiempo. El vodka te quema la garganta y evocas el desastre, una lluvia de fuego y ceniza ahogando la ciudad romana, las entrañas de la tierra vomitando el rencor de unos dioses enojados por la efímera felicidad de los humanos, por los gratuitos fogonazos del amor.  Un hombre y una mujer ante  la terrible inminencia de la muerte,  dos extraños en Pompeya refugiándose en un abrazo final mientras la tierra tiembla bajo sus pies descalzos. Y el círculo vuelve a deslizarse bajo los torcidos engranajes de una memoria compartida, se confunde con otras vidas, es una amalgama de recuerdos y ensoñaciones. Una imagen de tu infancia, el póster de Ingrid Bergman arrojado a la basura, y tú y tu madre dejando atrás la casa, por ejemplo. Y ahora conoces de sobra la película, no es más que un dato postmoderno girando a una velocidad vertiginosa entre tus fantasmas, celuloide a punto de arder. Viaggio in Italia, 1954,  Roberto Rossellini filmando una historia paralela a la de su propio matrimonio con la actriz protagonista. El Vesubio pautando la historia. Sobre las ruinas de la catástrofe, siglos más tarde, Rossellini filma el desentierro de dos supuestos amantes, el molde hueco de dos cuerpos abrazados en Pompeya, un calco de la muerte. El director italiano se estremece al reconocer a través del prisma de la cámara la desolación en el rostro de su amada, una pena que atraviesa el personaje, reflejando la crisis real por la que ambos están pasando. Dos cuerpos huecos se abrazan en el fondo de una fosa.

Tu padre te contó antes de morir que llevó a tu madre por primera vez al cine a ver Viaje a Italia, y a la salida le arrancó una promesa, un volverse a ver, tras decirle que tenía la mirada de la rubia. A ella le gustaba más Casablanca, porque aunque era la historia de un amor imposible, no  desprendía la tristeza de aquel otro amor en estado de descomposición, un amor de piel podrida, de yeso rascado con la uña. Y en este preciso instante, mientras rodeas con los brazos a la mujer que tienes delante, sigues el hilo de tu fantasía y te ves de nuevo sonriendo bajo la ceniza, trazando en el aire promesas de amor eterno, rogando a los dioses que la comedia siga, hasta  que el volcán cese su ira.

Robert Llopis, Diciembre 2009 (escrito para el taller del Bremen)



martes, 8 de diciembre de 2009

Una visita a Torrejón City

Un claro objetivo bajo una equis al pisar la estación de Torrejón: hacer una fotografía a la tienda china que había descubierto fugazmente desde la ventanilla de copiloto, sempiterna ventanilla, en mi primera visita a la ciudad, un mes antes. Espectro de salesas.

Observo a mi alrededor. La humedad de la mañana no desalienta a las familias. Grupúsculos de padres resignados en su propia estupidez, alrededor de los cuales orbitan unos satélites mocosos se dirigen hacia la piesta de hielo con hilo musical de los 40 (Principales). Sólo se permite la entrada a los patinadores, pero se adivina la figura del chuleta de barrio, presto a empujar al patoso de turno para rescatar a una jovencita inexperta, amarrada a la barandilla. El gorila de turno me observa desde la puerta, con cara de malos amigos. No, señor Yuri, Alecsei, o como se llame, no soy un pederasta secuestraniños, pese a mi aspecto. Ya me retiro.

Y hablando de gorilas, al otro lado de la pista de hielo... Pero no, no puede ser. Miopía necesita revisión urgente. Bachata a todo trapo rebotando en la plazoleta como un sapo borracho y una banda de gorilas con atuendos tropicales, en medio de este frío postergado de diciembre. Una banda de gorilas robóticos que... ¡se mueve! Terrorífico, un insano Tibidabo transplantado. La máscara del terror bajo los sombreros de paja, el color tropical que cayó del cielo, los primos del primate asesino de la calle Morgue. Y no entiendo cómo los padres acercan a sus hijos para ver el espectáculo, cómo ignoran de forma tan irresponsable el trauma que les están causando de por vida. ¡Bachata gorila!

Aquí, el estremecedor documento gráfico:


 

No entraré en la interpretación simbólica de los tótems dispuestos tras los gorilas, pues mi mente no está preparada para ello.

Me queda aún el poso de un terror primigenio, un deseo de huída, esperando que en cualquier momento uno de esos primates se abalanzara sobre uno de los niños para devorarlo ante sus padres. La sospecha de que no todos eran autómatas, que bajo el peluche podía esconderse un humano contratado por una ETT.

¡¡Y la música, esa música resonando aún en mi cabeza!!

(continuará)

viernes, 4 de diciembre de 2009

Círculos



Y tal vez
bajo la aparente convergencia
de pasos propios y ajenos,
bajo el mordisco de las grapas
en el  libro en blanco en el que espero,
descubramos la precisa encrucijada:
allá donde los vientos se abrazan
con la fluida curvatura de los indicios,
sobre la forja de mi quiebra,
y hay señales que se crean o se anhelan,
pataleando sin remedio
en el ámbar de tu mirada.


23-04-2007

jueves, 3 de diciembre de 2009

LOW COST

Esta mañana me he levantado en Malta, gracias al magnífico reportaje fotográfico que ha hecho un amigo del FB de su viaje a la pequeña, encantadora y siempre goleada república mediterránea.  Pequeña y encantadora. Ya puedo usar estos adjetivos de forma eficaz, coherente, creíble. Y podré complementarlos con datos extraídos de la WKPD o, como en tantos y tantos viajes por hacer, conlos pies de foto del vertiginoso carrusel de viajes de la mayoría de mis amistades. Quien sabe, puede que la información me resulte útil para escribir un relato ambientado en Malta, que colgaré en el BLG, que compartiré con mis amigos del Bremen. Una narración histórica sobre los Caballeros Hospitalarios a los que Carlos I dejó en arriendo la isla, desde 1530, y sobre el apabullante peso del tiempo al pasear bajo la sombra de los monumentos megalíticos que el viajero puede encontrar por el archipiélago. Y mientras sigo esperando a mi compañera de viaje, quien sabe si a la vieja de dedos huesudos, me entretengo con este auténtico low cost and high irony, con esta disciplina del parásito capaz de absorber paisajes y vivencias en formato JPG, de besar con fruición los pies de fotos ajenas.

La estela del motor de los aviones traza en la palma del cielo las lineas de un destino al que doy la espalda.

HQJ.