sábado, 9 de noviembre de 2019

Tarifa Plana

—Me gusta apostar por la sinceridad. Podríamos seguir hablando toda la tarde y que fueran cayendo las cañas hasta que nos cayéramos bien, forzar  el conocimiento apresurado que implica este tipo de citas. Prefiero evitar las preguntas habituales, la gente las usa como si verse cara a cara no fuera más que una extensión de la aplicación y siguiéramos escaneando el atractivo del otro. Ya sabes, hemos hecho match, chateamos un par de días y quedamos. Pero quedar en persona siempre es violento, a no ser que se tengan las cosas muy claras. Estoy hablando demasiado, lo sé.

Ella ha perdido hace rato el hilo de la disertación de él. No está acostumbrada a la cerveza y el calor y los nervios han hecho que se la tomara demasiado rápido. Algo mareada, se recrea en un lunar que tiene el chico justo en el codo derecho, un pequeño pero visible refugio de la imperfección. Porque, por mucho que pensara que las fotos del perfil de él estuvieran retocadas, incluso que pudieran ser falsas, la realidad es mucho mejor de lo que se esperaba. Es perfecto, es perfecto, se imagina que corean sus amigas, las mismas que la empujaron a usar la aplicación en una tarde de aburrimiento y confesiones. Ella divaga, ella es una romántica empedernida fuera de lugar que tiene ante si a un chico más joven que ella, alto, atlético, con una sonrisa encantadora que va a juego con unos ojos verdes y traviesos, un rostro de rasgos felinos y una piel bronceada.

— ¿Cómo? No, no te preocupes. Tienes una voz muy agradable y me gusta escuchar.

Después de haberse convencido de tener una aventura frívola con la que oxigenarse y olvidar los problemas con su ex, ella se ha encontrado con la agradable sorpresa de un encuentro con alguien que no solo es muy atractivo, sino que es capaz de desarrollar un discurso irónico sobre la situación.

—No quiero sonar presuntuoso, pero lo que para otros es un reto en este tipo de citas, para mí es algo rutinario. No necesito usar aplicaciones para acostarme con alguien. No me malinterpretes, eres una chica muy atractiva y no soy tonto. Lo que quiero decir es que el sexo casual no es difícil de encontrar, si uno se lo propone.

Claro, será en tu caso, que eres un cerebrito parlanchín con cuerpo de gimnasta. Yo siempre he sido una mojigata que idealizaba a la persona equivocada.

Piensa ella, pero dice:

—Claro, llega  a cansar.
—Exacto, para mí es más excitante tratar de encontrar a gente que valga la pena en este tipo de citas. Supone todo un desafío revertir la situación y pasar de la frivolidad a un conocimiento más profundo. Es como encontrar la famosa aguja en el pajar.

Me la quiere dar con queso, se le ha visto el plumero al utilizar el topicazo de la aguja. Trata de ponerme delante un espejo con letras de neón en el marco: ERES EXCEPCIONAL. Voy a soltarle una.

—Bueno, las agujas suelen pincharte cuando se encuentran si rebuscas entre la paja.

Él esboza una sonrisa perfecta y a ella le tiemblan las rodillas. Es invencible.

—Obviaré el chiste fácil y grosero. No quería caer en los tópicos, acabamos de conocernos y parece que esté desplegando sobre la mesa un plano con mi particular cartografía sentimental. Hay picos y valles, pero lo importante es conocer el territorio.

Qué cabrón, qué bien habla. O tiene el guión muy bien aprendido, o es una joyita. Que no se te escape, no seas boba y pide otras dos cervezas, que vea que tienes interés.

—¿Otra ronda? Ya la hora que es, podríamos pedir un par de raciones para medio cenar.

Por supuesto, él acepta y parece relajarse. Durante los próximos minutos, deja que ella maneje la conversación y le hable de su trabajo, de los viajes que ha hecho, las series que ve y todo el habitual repertorio de la insustancialidad. Pasan al vino y rematan el postre con un licor de hierbas barato, que les rasca las gargantas y les afloja la lengua ya del todo. 

—Pues yo no he viajado fuera de España —afirma él.
—¿Y eso? Mira que al final sí que voy a pensar que eres un bicho raro. Si hoy en día viajar es lo más sencillo del mundo. Y por favor, no me sueltes el tópico rancio de que con la de cosas que hay que ver en España, no hace falta ir al extranjero.
—Te voy pillando el punto cañero, me gustas. No, no se trata de eso. Vivimos en la era de los vuelos baratos y no acaba de gustarme la idea.

¿Ecologista? ¿Miedo a volar? ¿Simplemente paleto? No puedo evitar seguir tirando del hilo. Lo importante, ha dicho “me gustas”. Se le ha escapado. Joder, creo que me estoy enamorando. ¿Ya estamos? Que no se te note.

—Bueno, la verdad es que tanto turisteo da asco y no, no voy a ser ahora yo la rancia que diga aquello tan manido de que yo no hago turismo, sino que viajo. Oye, cada cual tiene sus manías, si no te gusta volar…
—No es eso, es que los aviones precisamente son una de las pruebas de que nos engañan.
—¿Nos engañan?
—Sí, claro. Lo que te voy a decir te sorprenderá, pero no creo que vayas a salir disparada con lo que te voy a decir. Como te dije antes, prefiero ser sincero y creo que vales la pena.

Las mariposas, las jodidas mariposas en el estómago. Pero qué misterioso, a ver por dónde sale. Con lo seguro y un poco pedante que parecía al principio y ahora parece desarmado. Me gusta verle así. Le besaría ahora mismo. Espera, cuando salgamos a la calle, que siga hablando. Un sorbito a la copa para que se anime él a seguir, que vea que estás relajada.

—Gracias, tú también. Si no quieres, no hay necesidad de que me lo cuentes.
—Bueno, es que es una teoría que no es muy popular, la gente suele burlarse y somos pocos los que la defendemos, pero es una muestra más de lo gregaria que es la gente. Confío en que no saldrás corriendo, no eres una más.

Que lo suelte ya. Lo tengo en el bote, menudo pedazo de tío. Y ahora se muestra vulnerable, es ideal. Contigo hasta el fin del mundo, chato.

—Seguro que no huyo despavorida, no te preocupes. Venga, no será para tanto.
—Bueno, el caso es que, si lo piensas bien. ¿No te llama la atención que, teniendo en cuenta el movimiento de rotación de la Tierra, si un avión se quedara parado en el aire,  llegaría a su destino sin necesidad de moverse?

No digas nada, sigue sonriendo, las cejas quietas, muérdete la lengua si es necesario, no la cagues ahora.

—Pues la verdad, no me lo había planteado nunca.
—Es de cajón, ¿verdad? Pues es una de las pruebas más claras de que el planeta no es redondo. Y hay muchas más.

Excúsate si es necesario, ve al baño si no vas a aguantar la risa, pero mantén la calma. Terraplanista, el tío es terraplanista. Si ya lo decía yo, que no podía ser perfecto. Deja que hable. Así, muy bien, asiente de vez en cuando, sonríe. Mantén la función fática. Terraplanista. Qué cojones. Pero este no se me escapa, a la mierda las mariposas. Que siga hablando, da igual. Necesito un vodka, eso sí. O dos. Y dale con la matraca. Descartado por completo. Lleva ya media hora. Pero este no se me escapa vivo, aunque sea por cobrarme haber aguantado la mierda del terraplanismo.

—Ostras, pues sí que tienes argumentos, me estás haciendo dudar un poco. Oye, pero una cosa tengo clara, se ha hecho muy tarde y…
—Vaya, lo sabía, te he aburrido con el tema. Lo siento de veras.
—No, para nada. Mira, aunque seguro que vamos a quedar más veces, voy a ser directa. Me pide el cuerpo que te vengas a mi casa. Está aquí al lado, ¿te apetece?
—Claro, sería imbécil si te dijera que no.

Descuida, que imbécil eres un rato. Anda, te dejo pagar la cuenta para que te sientas todo un machote. Toma ya esos morrazos que tienes, ya tardabas en comerme la boca. Vámonos, alma de cántaro, si al final mis amigas tenían razón. Un polvo o dos en tarifa plana,  mira que soy graciosa, y ya puedes irte solito hasta el fin del mundo, cuidado no te caigas al llegar.




lunes, 28 de octubre de 2019

De rodillas



No quiero recurrir a los tópicos, pero he hecho todo lo posible por no caer en la tentación. Que me juzgue el único que puede hacerlo, pues con toda seguridad no será tan severo su juicio  como el que emana de mi propia conciencia. Me reconozco como el peor de los pecadores, uno más entre las reses condenadas de antemano que se balancean día a día hacia un destino conocido. Pero no soy solo la sombra que se agita por las noches entre sudor y temblores, el insomne  que se revuelve y amenaza con la mirada al cielo estrellado. Iluso, anhelo con equilibrar la balanza con la redención que otorgue mi buen hacer. Mi carácter se ha conformado en base a la disciplina y a la dedicación al prójimo. Humildad, sacrificio, bondad.

La tentación es diaria  y no conoce fiestas o  sacramentos, pero al margen del día a día, hay experiencias que dejan una huella indeleble pese al transcurrir de los años. El primer anzuelo es el que se clava de forma más firme en la carne y acaba integrándose en ella, como un huesecillo infecto y metálico que me recuerda una y otra vez el error cometido, ese primer momento en el que cedí a la tentación.

Fue un verano más de los que pasaba mi familia en un pequeño pueblo de Zamora que había visto nacer a mi madre. Apenas tendría yo trece años, pero me consideraba plenamente adulto y responsable. No caía en las diabluras propias de mi edad y ya mostraba querencia por la lectura y las disquisiciones filosóficas y religiosas, por lo que mis padres y los de mis amigos delegaban en mí la responsabilidad de cuidar de los más chicos que conformaban la pandilla estival. No era tarea complicada en aquellos tiempos de despreocupada felicidad, de un asueto rutinario en el que nos veíamos inmersos, como si el tiempo se hubiera detenido y no hubiera más existencia que la de bañarse en el río y jugar todo el día. Era bueno inventando historias, tramas heroicas o fantásticas en las que asignaba a cada uno el personaje que iba a interpretar.

Juan era mi mano derecha. Dos años menor que yo, andaba siempre con el pelo negro revuelto y con un gesto de pícaro robagallinas. Parecía estar tramando alguna travesura en todo momento, aunque estuviera simplemente sentado bajo la sombra de un pino. Aunque estuviera callado, tras los dos carboncillos inquietos de su mirada le adivinaba alguna fechoría. Me pasaba el día reprobando su lenguaje soez, cargado de vulgarismos y palabrotas. Aun y así, o tal vez por ello, era mi mejor amigo. 
Aquella tarde en la que subimos todos al viejo molino de agua a jugar a quijotes de río, empezó a girar para mí la maldición a la que sigo amarrado. Juan insistió en encaramarse a la vieja rueda de madera, sin más motivo que probar a todos que era el más ágil y fuerte. Era algo habitual en él, pero no contó con que la madera cedería bajo sus pies y acabó cayendo de bruces desde un par de metros de altura. Un susto, apenas unos rasguños y unas risas, pero me enfurecí de veras con él, porque podría haber sido mucho peor.

Mira cómo te has puesto. Como te vea tu madre, se lo dirá a la mía y no nos van a dejar salir en una semana. Ya, claro, no te has hecho nada, siempre dices lo mismo. Venga, vamos a la orilla, mejor te limpias esa herida.

Tenía un corte en la rodilla, por el que empezaba a manar la sangre. Poca cosa, pero era mejor limpiarla. Cojeaba un poco y se apoyó en mi hombro en dirección al río. Los otros quedaron atrás, inspeccionando el molino.

Ya ves, íbamos a jugar a quijotes y me da que esto va a parecerse al final a un bautismo. San Juan Bautista bautizado, San Juan el de la rodilla pelada. Aunque tú de santo tienes poco. Mira que estás loco, pero deja que lo haga yo, te va a doler, pero es mejor que te limpie esa sangre. Así, suave.  Ves como ya no te duele.

Y luego un silencio incómodo que me despertó de mis ensoñaciones, como si una puerta se cerrara de golpe. Un silencio que decía qué estás haciendo, déjalo ya, estoy bien, ya me curo yo la herida, deja de tocarme. Un silencio a punto de estallar en mi cabeza, un sofoco y unas ganas de seguir acariciando, hasta que Juan me apartó de un empujón y aquella orilla nos separó para siempre.

Aquel niño que fui yo sigue aquí, mirándote a los ojos, a ese tú que es mi espejo, que es conciencia del pecado. Yo que ahora absuelvo, que impongo penitencias, que sigo rodeado de niños, que imparto el más sagrado sacramento sobre sus lenguas temblorosas, sigo siendo aquel crío en la orilla del río, bautismo de sangre y tentación, pasado que vuelve una y otra vez. Yo te absuelvo, hijo, dos padrenuestros y un avemaría, que vuelva a girar la noria. Puedes levantarte, te acaricio el pelo y desvío la mirada, a mi pesar, hacia esas dos pequeñas rodillas enrojecidas por la genuflexión.