sábado, 20 de marzo de 2010

Mundo persimón

Ya sabía yo que no estaba solo, que mi entrada sobre el persimón/pérsimon no hacía sino rascar la punta del iceberg persimoniano.

Observen ustedes este video, que narra el ascenso al poder de un hombre nacido con la cabeza de persimón.

jueves, 18 de marzo de 2010

LA ESTRATEGIA DEL SALTAMONTES

Escrito para el TALLER DEL BREMEN

Desde los doce hasta los quince años, Fredo Cavalli aceptó con resignación ser el chico de los recados, consciente de que ni su escasa edad, ni su físico desgarbado, le permitían aspirar a más. Así que se centró en ser eficaz en sus discretas tareas, a base de memorizar cómo le gustaban los tragos a cada uno de los asistentes a las timbas de póker que organizaba Mateo en su apartamento, de fingir que le hacían gracia las bromas pesadas que hacían una noche tras otra a su costa, y de no quejarse de los insultos o los tirones de orejas que pudiera darle alguien que estuviera tan borracho como armado.

Fredo no era el más joven de la banda, porque otros dos chicos del barrio de su misma edad habían sido captados como él por los subalternos de Mateo. Sólo que por el mero hecho de ser dos brutos sin cerebro gozaban de otras atribuciones, e incluso tenían el privilegio de ser acompañantes de honor en los clubs de alterne a los que acudían los capitanes de la banda . Fredo envidiaba en silencio a Carlo y Toni, que por el mero hecho de haber nacido con un físico de orangután, iban a tener preferencia de paso. Se notaba a la legua que iban adaptarse a aquel mundo sin ninguna dificultad, pues se habían graduado en extorsión y amenazas en la escuela primaria, y al fin y al cabo, conocían la mecánica del proceder de un matón. Conscientes de su superioridad, y con la crueldad que sólo emplea el subordinado con sus iguales, deformaron su apellido y empezaron a llamarle Cavalletta, saltamontes. Le espetaban que era flaco y espigado como ese insecto, y es que en verdad se mostraba tan dispuesto en su trabajo, que parecía acudir de un salto cuando le pedían que se acercara para encargarle un recado.

Fredo no se quejaba nunca, y esperaba acceder con el tiempo al siguiente peldaño de la organización, ese que algún día le permitiría soñar con hacerse una carrera en el mundillo. Su estrategia, mientras tanto, se limitaba a ser aceptado, si no como uno más, sí al menos como alguien útil que no supusiera un estorbo.

Los tres años que transcurrieron hasta que Mateo logró ser mínimamente considerado, se dedicó a perfeccionar el arte de la discreción, se empapó de la dureza de aquel código común de gestos rudos y palabras malsonantes, del peculiar sentido del humor construido a base dobles sentidos cargados de crueldad, y de la jerga del ambiente en el que se había visto obligado a crecer, mientras apretaba los labios y limpiaba los ceniceros, las copas derramadas y ayudaba a llegar a casa a más de uno. Por las noches, leía novelas de gangsters, y se reía de sus errores, de lo impostadas que eran aquellas escenas, y aquellos diálogos tan elaborados. Era un mundo ficticio que nada tenía que ver con el que le rodeaba. En su realidad, todos los policías tenían un precio y en ningún supuesto justo dejaba pasar la oportunidad para sacar tajada. Los chicos de Mateo no vestían de forma elegante, ni se andaban con miramientos o florituras. Eran perros disciplinados que sólo lamían la mano a su jefe y a las putas a las que extorsionaban, animales que abandonaban la dialéctica a las primeras de cambio, en favor del viejo arte de partir cabezas.

Mateo no conocía a ningún héroe que hubiera llegado a viejo, y la gente del barrio demasiado había aprendido a cerrar la boca para salvar el pellejo y tratar de salir adelante como podía.

La primera vez que el jefe le pidió a Fredo, Carlo y Toni que acompañaran a dos de los capitanes para hacer una visita de cortesía, pensó que se trataba de una broma. No podía creer que le hubieran incluido en el grupo, al mismo nivel que los otros dos. Pero viendo lo empapados en alcohol que estaban los dos viejos matones con los que los tres jóvenes iban a compartir su bautismo, se dio cuenta de que su papel iba a limitarse a conducir y a quedarse en el coche haciendo de de niñera, mientras sus dos compañeros hacían el trabajo sucio. De todas formas, no dejaba de ser una oportunidad para Fredo, que se tomó aquella tarea rutinaria como una auténtica prueba de graduación.

Sentía la satisfacción de dejar atrás las tareas de poca monta a las que estaba habituado y que le estaban empezando a desesperar: para un chico de los recados, para un saltamontes limpia vómitos como él, aquello era un trabajo de verdad.

Las visitas de cortesía podían ser de varios tipos, dependiendo del grado de morosidad del propietario del negocio protegido y del tiempo transcurrido entre el último pago y el ineludible recordatorio. Aquella noche, iban a visitar a un chino, una rata miserable que se dedicaba a intoxicar a cualquier incauto que se atreviera a comer en su restaurante. Cuando llegaron al local, los dos capitanes dormían la mona en el asiento de atrás, y ninguno de los tres jóvenes se atrevió a despertarles. El restaurante acababa de cerrar, y sus chillonas luces de neón aún estaban encendidas. Debían de actuar antes de que aquel maldito chino echara la llave para dormir en el almacén, o donde quiera que se revolcara con toda su familia. Los tres sabían que despertar a cualquiera de los dos pesados fardos italianos que roncaban en el asiento de atrás era una temeridad, así que decidieron dejarlos aparcados y entrar por su cuenta, dejando el motor del coche encendido, por si tenían que salir a escape. Accedieron al local por la puerta de servicio, y salieron a los pocos segundos en estampida, perseguidos por el chino, que blandía un enorme cuchillo de cocina mientras gritaba en su idioma incomprensible.

Fredo se puso al volante y salieron a toda prisa del garaje, temiendo que el cocinero de ojos rasgados les alcanzara, pero éste se quedó parado como una estatua de Buda, al ver que habían subido a un coche que parecía conocer demasiado bien.

Cuando llegaron al apartamento de Mateo, despertaron a los viejos, que ni siquiera recordaban qué hacían metidos en aquel coche con aquellos niñatos. Cuando rindieron cuentas ante Mateo, alardearon sin pudor del escarmiento que le habían dado al chino. Fredo hablaba más que nadie, y se recreaba en la descripción de su supuesta hazaña, pavoneándose por la frialdad que habían demostrado al entrar por sorpresa en el restaurante, y les detalló a todos con pelos y señales cómo habían inmovilizado al chino sin decir ni una sola palabra, sin dejarle reaccionar, cómo el amarillo se había vuelto blanco al ver que iban a cumplir sus amenazas, al comprobar que no había lugar para ruegos ni prórrogas, cómo llenaron de aceite en una enorme sartén, a fuego vivo, y los gritos que dio el puerco al freírle la mano derecha, sin dejar que la apartara, hasta que empezó a oler a algo parecido a las hamburguesas de Joe, el de la esquina. Y los ojos de insecto de Fredo brillaron sanguinarios, como nunca, henchidos de euforia, endurecidos, mientras utilizaba el lenguaje de las novelas que tan bien conocía, y se gustaba recreando una escena tan irreal como todas aquellas de las que se había burlado. Mentía sin temor ni vergüenza, engrandecido, porque sabía que a nadie le importaba un trabajo de mierda como aquel, porque no había mejor premio que escuchar las carcajadas de todos los chicos, aquellas risotadas ahogadas con el humo de su grandes puros habanos, ni mejor recompensa que aquellas palmadas en la espalda. Y cuando el propio Mateo les invitó a un trago, Carlo y Toni bebieron en silencio. Acallaron como debían sus cabezas de chorlito, mientras dejaban parlotear a Fredo, aprovechando la inercia del salto del saltamontes.

martes, 9 de marzo de 2010

Escrivá de Belén

El buscador de Google es tóxico.


Escrivá de Balaguer inserto en un belén, disertando sobre los valores de la castidad a una pareja de jóvenes contemporáneos. Ella tiene las piernas cruzadas, por si se le escapa un suspiro, pero el santo fundador del OPUS mantiene  las piernas bien abiertas, es con toda claridad el macho alfa de la escena, con sus huevos colganderos. El joven es notoriamente bisoño, y oculta su masculinidad abrazando la rodilla para mantener el torso erguido y la pelvis encogida. Las piernas del cura están dispuestas en justa correspondencia simbólica con los cuernos arbóreos que emergen de su cabeza, que delatan su soterrada naturaleza diabólica. El viejo del bastón observa receloso la escena, desde su alopecia y escala desproporcionada, entre bambalinas. Se sabe distinto, y asume con rabia que no le invitarán a formar parte del grupo, que tal vez no sea sino el personaje de una parábola usada por Escrivá. Mientas tanto, espera en vano a que den inicio los tocamientos.

viernes, 5 de marzo de 2010

GRANDES HITOS DE LA HISTORIA DEL DEPORTE



Escrito para el Taller del Bremen 
I
Jacinto de Boecia piensa que Eolo se ha instalado en sus tripas, pero logra obtener la contención requerida  y se concentra en la inminente perpetuación de su gloria. Tras obtener la corona de laurel en los Juegos Píticos de Delfos por su asombrosa habilidad en el lanzamiento de disco, al desnucar a un esclavo situado a una distancia de medio estadio, ha merecido ser inmortalizado para la posteridad. Tras tres horas de inmóvil posado para que uno de los discípulos de Mirón esboce su atlética figura sobre un pergamino, siente un seco crujido y es incapaz de enderezar la espalda. El desdichado atleta clama a Júpiter tonante por su desventura, a la par que desahoga el bajo vientre entonando un do sostenido que causa general admiración.  La fama vuela y multitud de réplicas de la estatua son adquiridas por los ciudadanos más distinguidos para colocarlas en sus  hogares. Bajo las figuras de Jacinto se realizan pequeñas ofrendas tras los banquetes, para conjurar la dispepsia.

II
Heinrich Himmler ejerce de anfitrión furibundo e irrumpe sin permiso en los vestuarios del Estadio Olímpico de Berlín, abriendo de una patada la puerta de acceso a los vestuarios con sus pesadas botas del uniforme de las SS. Su aspecto endeble y bisoño es compensado con sus galones de Comandante en Jefe y una merecida fama que le franquea el paso.  La más alta instancia le ha ordenado que averigüe si el equipo norteamericano tiene alguna táctica secreta para mejorar su rendimiento, y él no es partidario de emplear procedimientos sutiles.  Cuando se dispone a persuadir al entrenador del equipo americano sobre la conveniencia de que asuman su inferioridad y ordene a sus pupilos que se dejen ganar con recato y disimulo, Jesse Owens sale de la ducha reclamando una toalla para secarse. Heinrich Himmler dirige una mirada cargada de desprecio al negro rostro del campeón olímpico,  baja la vista sin poder evitarlo, palidece, y abandona la sala en silencio, a la par que los prejuicios sobre la superioridad de la raza aria.

III
Un joven Anatoli Karpov gana el campeonato de la URSS de ajedrez en 1976, celebrado en Moscú. Por primera vez en la historia del deporte de las sesenta y cuatro casillas, una defensa se convierte en el mejor de los ataques. En virtud de una desacostumbrada ingesta de vodka proveniente de centeno no colectivizado, el genial ajedrecista llega tambaleante, justo a tiempo, a la final y en el preciso momento en el que su reina se encuentra en la difícil tesitura del jaque, su estómago no puede aguantar la tensión competitiva y proyecta sin advertencia alguna los restos de una sopa de remolacha mal digerida sobre el tablero.  El rojizo estarcido provoca la inmediata retirada de su adversario, primera víctima de la conocida con posterioridad como defensa del volcán, arma secreta utilizada en sucesivos certámenes internacionales por los ajedrecistas soviéticos.


IV
El público asistente a  la quincuagésima edición del campeonato de petanca de Cabezón de la Sal, observa estupefacto cómo la bola lanzada por Efrén García, vecino de la localidad y aventajado  y reconocido jugador de dicho deporte, permanece suspendida en el aire, justo a dos palmos de donde debería haber impactado. Los expertos, que son todos, coinciden en que el lanzamiento ha sido malo, desviado y con poca parábola, y que el extraño comportamiento de la esfera de metal no puede ser debido sino a las aviesas intenciones de Efrén, que consciente del carácter fallido de su lanzamiento, ha preferido dejar la bola y la partida en suspenso. Ante el enfado general y la paralización de los actos del programa de fiestas, a expensas de la entrega de trofeos, el jugador es consciente de que ninguna excusa le será reconocida y sale corriendo del polideportivo, perseguido con desgana por la entristecida muchachada, que ha visto desaparecer las posibilidades de arrimar entrepierna en la verbena popular. Cansados todos del extraño fenómeno, la bola es abandonada a su suerte, dándose por inconclusas, que no finalizadas, las festividades. Por suerte, no hay ningún escritor presente, así que dentro de la desgracia, nadie escribe un relato de realismo mágico sobre lo sucedido.