martes, 21 de diciembre de 2010

UN CALL CENTER EN BELÉN


― Buenos días, le atiende Pastora Real, del Servicio de Empadronamiento de la ciudad de Belén.

― Buenos días, señorita. Ya era hora de que me cogieran el teléfono, he estado esperando casi cinco minutos. Y esta llamada seguro que me sale por un ojo de la cara.

― El coste de la llamada corresponde a una tarifa de llamada local interpesebres, a cargo del Palacio de Herodes y de usted.

― Bueno, si es así…pero aligere, que tengo que hacer una cuna.

― ¿Cuál es el motivo de su llamada?

― Pues declarar un nacimiento, no va a ser anunciar el Apocalipsis.

― Apocalipsis es opción tres.

― Nacimiento, nacimiento.

― Muy bien, ¿me indica su nombre y apellidos?

― José, San.

― ¿El nombre de la madre?

― María, Virgen.

― Lo siento, pero el sistema no me deja introducir el término virgen en la base de datos de madres. Deben estar realizando alguna mejora en el sistema.

― Pues pruebe con María a secas.

(la operadora pone el mute)

― Un poco seca será si es que es virgen… Disculpe la espera. ¿El nombre y apellidos del recién nacido?

­­― ¿Hola?

― ¿Disculpe? ¿Con quién hablo?

― Soy la Virgen María. Es que mi esposo se pone nervioso al aparato, no sabe manejarlo bien. La falta de experiencia, ya se sabe.

― La entiendo, suele suceder con los aparatos.

― El nombre de mi hijo es Jesús Palomo, pero póngale Jesús de Nazareth, que luego todo se sabe.

― ¿Palomo, o Nazareth?

(la virgen cuchichea)

― Verá usted. Palomo es el apellido del padre real, pero no quiero que José se lleve un disgusto. El pobre ahora mismo se está afilando los cuernos rozándose con una pared.

― Le recuerdo, señora, que la conversación está siendo grabada por los cuatro evangelistas.

― Cucurrucucú.

― ¿Disculpe?

― Cucurrucucú, cucurru… Ay, disculpe, soy José San de nuevo, no sé por qué mi esposa ha dejado que se ponga al aparato esa extraña paloma con pene que nos persigue todo el día. ¿Pues no se ha cagado en el auricular?

(la operadora vuelve a poner el mute, sin avisar y se dirige a su jefe)

― Herodes, llevo diez minutos con una panda de tarados y aún no me he cogido la pausa para mear.

― Hay que ver qué fina eres, hija. Con decir una pausa sobra. Anda, si es que no sabéis cómo resolver situaciones conflictivas. Deja que me ponga yo y vete a la acequia.

(Herodes retoma la llamada)

― Buenos días, le atiende el responsable del censo de Belén, Herodes Cordi.

― Buenos días, empiezo a pensar que me están tomando el pelo. Yo sólo quiero declarar el nacimiento de mi hijo Jesús. Aquí hay unos señores vestidos con capa y corona que se niegan a entregarnos unos regalos la mar de majos hasta que el niño no esté censado. Dicen que si no, la donación no les desgrava de cara a la hacienda foral de Judea.

― Tenga usted cuidado, que luego lo que regalan es cobre pintado y especias de perroflauta.

― Oiga, ese es mi problema. ¿Me censan al niño, o no? Hay una estrella encima del pesebre que está poniendo nerviosos a los animales. El buey ya me mira con cara rara.

(se escucha de fondo la risa de la Virgen María)

― ¡Eso es porque te encuentra atractivo con esos cuernos!

― ¡Cucurrucucujajajajá!

― Mire usted, como me falten al debido respeto voy a tener que tomar medidas drásticas. Aquí no nos andamos con chiquitas, que no se ha inventado aún la calidad, ni las fórmulas de cortesía. A tomar por culo.

(Herodes cuelga. Pastora vuelve de la acequia, con cara de alivio).

― Pastora, oye, pásame luego los datos de todos estos chiflados. Me habían avisado desde el Sanedrín que había que acabar con el niño, si aparecía un caso similar.

― Pues no me ha dado tiempo a preguntarle los datos de su tableta censal.

― ¿Cómo que no? Lo que pasa es que os pasáis el tiempo parloteando entre vosotras y comiendo choripán, y al final las tablillas de cera quedan sin escribir. Ahora voy a tener que tomar una solución drástica.

― A mí plim, este mes no llego a incentivos de todas formas.

― Bueno, pues ahora me abres una tablilla de incidencias, que voy a mandar ejecutar a todos los primogénitos nacidos estos días.

― Yo hago lo que me mandes, pero me parece exagerado. Sois capaces de todo, con tal de que no llegue una reclamación. En fin, menos mal que hay un enlace sindical en todos los pesebres, para controlar estos casos.

― ¿Un enlace sindical en los pesebres?

― Escucha activa, Cordi. ¿O es que no ha oído rebuznar de fondo?

FIN

jueves, 2 de diciembre de 2010

PÓLVORA ERES...





Contra la noche y la oscuridad, el arañazo de luz de las palmeras. El estallido de la pólvora marca mucho más que la solemne estupidez de la fallera que llora. Los fuegos artificiales nos devuelven la inocencia del asombro infantil y la picaresca de la mano bajo la falda. La pólvora proyectada por un científico en busca y captura nos permite volver a soñar. Nacer en Valencia te condenó a bailar entre el ridículo y la lucidez, y tu obra me condenó al humor. Hasta siempre, Luís García Berlanga



La alcaldesa, primera capitana mora en la historia de las fiestas de moros y cristianos de Alcoi, observó con avidez el micrófono de la televisión autonómica que le habían plantado ante los morros, y se sacudió con parsimonia los restos de confeti adheridos a su espectacular casco.

Éste era en realidad un trabajo de ingeniería peluquera, para cuya elaboración había sido necesario emplear doce botes de laca Nelly y un complejo sistema de andamiaje interno, similar al de las varillas de un abanico. Tras la capitana, su asesor de imagen y concejal de cultura, un antiguo seminarista que había descubierto durante sus estudios que su vocación era tan confusa como su orientación sexual, no dejaba de manipular el espectacular peinado.

La becaria esperaba con paciencia. Era su primer empleo como periodista y no iba a permitirse el más leve mohín, por miedo a que el productor y a la vez cámara de la unidad móvil desplazada hasta la sierra alicantina pensara que estaba perdiendo el control en una entrevista tan estúpida. Para asegurarse de que había sido oída, reformuló la pregunta.

― Alcaldesa…

― Capitana. A todos los efectos y durante los tres días de la trilogía festera.

― Por eso mismo quería preguntarle. ¿Qué se siente al ser la primera mujer que ocupa el cargo más importante en el bando moro de unas fiestas tan tradicionales como las de Alcoi?

― Pues está bien.

La becaria escuchó por el pinganillo las instrucciones que con el habitual retraso le enviaban desde los estudios centrales. Tienes cinco minutos de gloria, Marta. Y nos vamos a publicidad. Marta, que reconocía a la perfección la voz de jefe ligeramente distorsionada que martillea su oído derecho y su posible continuidad en el ente público, se apresuró a tratar de extraer algo en claro de la mirada turbia de la alcaldesa capitana, cuyo aliento apestaba a café licor.

― ¿Podría contar a la audiencia cuánto tiempo y dinero ha llevado la elaboración de su peinado?

― Yo es que desde pequeña siempre he querido tener un trabuco.

― ¿Disculpe?

― Cuando era pequeña, una semana antes de que empezaran las fiestas, mi padre bajaba de la buhardilla el viejo trabuco heredado de mi abuelo. Se sentaba en la mesa y empezaba a sacarle lustre a las partes de metal.

Marta fue consciente en ese momento de que la embriaguez de la entrevistada iba a dar al traste con su debut televisivo.

― Me daba miedo verle hacer aquello. Pensaba que iba a matarnos a mi madre y a mí con ese enorme… trabuco. Mi psicóloga y dama de honor siempre me ha dicho que he de desprenderme de un simbolismo tan nocivo disparando yo misma. Por eso me apunté a la filà.

― Recordemos a los televidentes que la filada es…

― La filà, xe. La filà és… pues una filà.

Un hombre entrado en años, algo encorvado y vestido de falso sacerdote había irrumpido de repente en la conversación. Marta aprovechó la circunstancia para tratar de reconducir la entrevista.

― Vaya, aquí tenemos a la persona encargada de representar a Mosén Torregrossa, un personaje muy peculiar de las fiestas.

― ¿Peculiar? ¿Me está usted tomando el pelo? Mire que yo soy uno de los elementos más documentados de la base histórica de la fiesta. Hago del cura matamoros.


― Bueno, estoy seguro de que quería emplear otro término. En realidad, las fiestas recrean el periodo histórico de conflictos entre los cabecillas musulmanes y las recién conquistadas por la Corona de Aragón.

Marta, que además de becaria había estudiado Historia, se sentía capacitada para retomar las riendas de la conversación dejando en ridículo a aquel personajillo.

― ¡Los cojones! ― el cura de pega gritaba con el rostro enrojecido ― ¡Conquista los cojones! Fue uno de los episodios más gloriosos de la Reconquista. Por culpa de gente como vosotros, ignorantes, hemos tenido que ocultar con flores a los moros muertos a los pies del caballo de San Jorge, cuando sacamos la figura del santo en procesión.

Y empezó a golpear con una biblia que guardaba en el bolsillo de la sotana el micrófono.

En ese momento, la alcaldesa capitana aprovechó la confusión para desentenderse del todo de la entrevista y asomarse al balcón del consistorio. Abajo, el desfile había terminado y la calle estaba repleta de gente con ganas de empezar la parte más informal de las fiestas. Caía la noche y era ella la encargada de dar orden a los pirotécnicos para que iniciaran el castillo de fuegos artificiales. Saltándose una tradición más, dio la señal con un disparo de su trabuco, lanzando una salva al aire. Tuvo que escuchar antes los abucheos de los festeros más tradicionalistas, contrarios a la participación de la mujer en la fiesta y al uso indiscriminado de sus trabucos. Todos ellos vieron aplicado un justo castigo cuando en pleno concierto de pólvora, la fastuosa palmera destinada al estallido final entró desviada por la ventana del ayuntamiento, dejando a todos los presentes sordos, y con el culo chamuscado. La última imagen que vio Marta antes de desmayarse fue a la alcaldesa sonriendo en el suelo, abrazada a su enorme trabuco, ensordecida en su soberbia. Nadie reparó en los dos pirotécnicos de tez moruna, que se escabulleron entre el público aprovechando la confusión. Aquel año ganaban ellos.


Robert Llopis