jueves, 29 de enero de 2015

THE WALKING LEADER

El viejo acabó muriendo en el lugar al que tantas veces había peregrinado en busca de su pasado. Tras oír lo que en principio creyó ser el sonido de una rata y acabó reconociendo como un leve tamborileo, acompañado de un gemido quejumbroso que provenía del otro lado del suelo de mármol, retrocedió aterrorizado. Le siguieron la enfermera y la bombona de oxígeno que arrastró de forma estruendosa en el recinto sacro, como una fiel mascota que ve en apuros a su amo, y se desmoronó ya sin vida a los pies de uno de los ángeles custodios. La enorme estatua se mantuvo impasible.

― En el debate de esta noche tenemos a un invitado muy especial, que ha irrumpido de forma inesperada en el escenario político y al que seguro que nuestros colaboradores habituales tendrán mucho que preguntar. Bienvenido, general.

La imagen pasa del  joven presentador a lo que parece ser un muñeco andrajoso vestido de militar. Mantiene el tronco erguido con dificultad, apoyado contra el respaldo del sillón. Lleva una gorra calada y un sinfín de medallas en la pechera, que el ser toquetea de vez en cuando, como si quisiera acompañar sus movimientos y palabras a través aquel teclado de acordeón hecho de proezas convenidas.

―Gñaaaa…aciasss.

― La mayoría de nuestros espectadores no conocen a la persona que hoy nos acompaña y que hasta hace una semana, llevaba casi 40 años muerto: el dictador Francisco Franco. 

La momia uniformada se agita en su asiento, esparciendo aún más el tufo a podredumbre que invade el plató y esboza una protesta.

―Caaaaaaaaaaauggggg….

¡Cloc!

La apertura vocálica ha provocado que la mandíbula inferior del entrevistado caiga al suelo con un sonido sordo. 

― ¡Caudillo! ¡Caudillo de España por la Gracia de Dios y no dictador! ―protesta uno de los contertulios, un joven envejecido a fuerza de conservadurismo,  gordo, engominado y director de un periódico de tirada naciona, mientras hace el gesto de levantarse para recoger la mandíbula. 

―Por fin te muestras como lo que eres, un siervo del cainismo que ha asolado este país desde tiempos inmemoriales Recoge, recoge la quijada con la que trataréis de nuevo de quebrar la testuz del pueblo. 

Estas palabras son proferidas por un señor ya entrado en años, que luce ropa juvenil y escaso pelo en una coleta canosa. Su discurso se refuerza por el enérgico movimiento de su brazo izquierdo, en el que sostiene una pipa obviamente apagada, pero que le otorga el justo punto de intelectualidad.
Gordo Engominado hace caso omiso de la perorata de Pipa Apagada y trata de colocar de nuevo la mandíbula en el rostro del general resucitado,  que acaba encajando con un chasquido desagradable que motiva que las jovencitas que el realizador ha sentado en primera fila del público den un respingo.

 La tercera contertulia, habitual en las revistas del corazón y recientemente nombrada alcaldesa de Móstoles,  se lima las uñas, ajena a todo.
―….diiiilllooooooo. 

Recompuesto el aparato fonador, el resucitado parece querer proseguir su discurso.

―Heeeevuuuuu… He vuuuuuu…. He vuelto paaara salvar Esspaaaaa…

¡Cloc!

La mandíbula ha rodado esta vez hasta los pies de la alcaldesa, que lanza un grito y le propina una patada. Popular como es, el público empatiza con ella y lanza un grito estentóreo. Se oye a alguien vomitar fuera de plano. El presentador aprovecha para tomar las riendas de la situación y da paso a publicidad.

Un anuncio gubernamental, en el que aparece el Presidente del Gobierno vestido de cocinero enseñando a una joven madre a alimentar a su familia con un kilo de arroz, se ve interrumpido de repente y la señal vuelve al plató. Un primerísimo plano de un hombre con una careta de cerdo ocupa toda la pantalla. Se aleja unos pasos, sin dejar de mirar a cámara y la imagen muestra a varios individuos que le acompañan.  Todos ellos van vestidos de negro, pantalones pitillo y botas con puntera de hierro, rapados, con expresión porcina y, ahora se ve claramente, sin careta alguna. 

― ¡Este país necesita otra oportunidad, no os burlaréis del Caudillo!

Dos de los cerdos vestidos de negro, con una escopeta de caza en ristre, cogen al general por las axilas, prestos a llevárselo consigo.

― ¡Jossssdepuuuuutaaa!

El dictador a duras penas puede proferir el insulto, aún en su asiento, mientras los dos neonazis contemplan con la mirada desorbitada el brazo arrancado de cuajo que cada uno de ellos sostiene. El que tiene el brazo derecho de Franco, tal vez arrastrado por el absurdo, lo levanta haciendo el saludo fascista. Justo en ese momento, se oye un vocerío. Los tertulianos y el público aprovechan para escabullirse, menos la alcaldesa, que sigue haciéndose la manicura. Las fuerzas del orden parecen estar llegando y los skins desaparecen de la imagen, cargando con diversas partes del cuerpo de Franco, ya convertido  en un puzle grotesco.

A los tres días, como sucede con cualquier noticia por impactante que sea, se deja de hablar de la reaparición de Franco. El vídeo colgado en Youtube por Segunda Falange, apenas tiene nuevas visitas. En él, sin disimulo alguno, el dictador es doblado con un falsete gallego aflautado por uno de los captores, mientras otro sostiene por detrás su cabeza a modo de ventrílocuo. El dos veces muerto Franco proclama la supresión inmediata de todos los partidos políticos, ajusticiar a Pablo Iglesias con ejemplares enrollados de La Razón y exige un carnet de abonado del  Real Madrid para todos los miembros de Segunda Falange.

 Agotados todos los chistes y gracietas habidos y por haber en las redes sociales, se pasa a hablar del primer tema que dicta la ruleta del desatino informativo, pongamos un brote de diarrea en Groenlandia. Ignorando todo lo sucedido, en un bancal de Cuenca, un agricultor encuentra al cavar una zanja el esqueleto de un soldado republicano y le pregunta si no va a opinar nada, si quiere decir la suya o se va a quedar callado, pero la tierra conserva peor los cuerpos que el mármol y el difunto cenetista no está para gaitas.