viernes, 5 de marzo de 2010

GRANDES HITOS DE LA HISTORIA DEL DEPORTE



Escrito para el Taller del Bremen 
I
Jacinto de Boecia piensa que Eolo se ha instalado en sus tripas, pero logra obtener la contención requerida  y se concentra en la inminente perpetuación de su gloria. Tras obtener la corona de laurel en los Juegos Píticos de Delfos por su asombrosa habilidad en el lanzamiento de disco, al desnucar a un esclavo situado a una distancia de medio estadio, ha merecido ser inmortalizado para la posteridad. Tras tres horas de inmóvil posado para que uno de los discípulos de Mirón esboce su atlética figura sobre un pergamino, siente un seco crujido y es incapaz de enderezar la espalda. El desdichado atleta clama a Júpiter tonante por su desventura, a la par que desahoga el bajo vientre entonando un do sostenido que causa general admiración.  La fama vuela y multitud de réplicas de la estatua son adquiridas por los ciudadanos más distinguidos para colocarlas en sus  hogares. Bajo las figuras de Jacinto se realizan pequeñas ofrendas tras los banquetes, para conjurar la dispepsia.

II
Heinrich Himmler ejerce de anfitrión furibundo e irrumpe sin permiso en los vestuarios del Estadio Olímpico de Berlín, abriendo de una patada la puerta de acceso a los vestuarios con sus pesadas botas del uniforme de las SS. Su aspecto endeble y bisoño es compensado con sus galones de Comandante en Jefe y una merecida fama que le franquea el paso.  La más alta instancia le ha ordenado que averigüe si el equipo norteamericano tiene alguna táctica secreta para mejorar su rendimiento, y él no es partidario de emplear procedimientos sutiles.  Cuando se dispone a persuadir al entrenador del equipo americano sobre la conveniencia de que asuman su inferioridad y ordene a sus pupilos que se dejen ganar con recato y disimulo, Jesse Owens sale de la ducha reclamando una toalla para secarse. Heinrich Himmler dirige una mirada cargada de desprecio al negro rostro del campeón olímpico,  baja la vista sin poder evitarlo, palidece, y abandona la sala en silencio, a la par que los prejuicios sobre la superioridad de la raza aria.

III
Un joven Anatoli Karpov gana el campeonato de la URSS de ajedrez en 1976, celebrado en Moscú. Por primera vez en la historia del deporte de las sesenta y cuatro casillas, una defensa se convierte en el mejor de los ataques. En virtud de una desacostumbrada ingesta de vodka proveniente de centeno no colectivizado, el genial ajedrecista llega tambaleante, justo a tiempo, a la final y en el preciso momento en el que su reina se encuentra en la difícil tesitura del jaque, su estómago no puede aguantar la tensión competitiva y proyecta sin advertencia alguna los restos de una sopa de remolacha mal digerida sobre el tablero.  El rojizo estarcido provoca la inmediata retirada de su adversario, primera víctima de la conocida con posterioridad como defensa del volcán, arma secreta utilizada en sucesivos certámenes internacionales por los ajedrecistas soviéticos.


IV
El público asistente a  la quincuagésima edición del campeonato de petanca de Cabezón de la Sal, observa estupefacto cómo la bola lanzada por Efrén García, vecino de la localidad y aventajado  y reconocido jugador de dicho deporte, permanece suspendida en el aire, justo a dos palmos de donde debería haber impactado. Los expertos, que son todos, coinciden en que el lanzamiento ha sido malo, desviado y con poca parábola, y que el extraño comportamiento de la esfera de metal no puede ser debido sino a las aviesas intenciones de Efrén, que consciente del carácter fallido de su lanzamiento, ha preferido dejar la bola y la partida en suspenso. Ante el enfado general y la paralización de los actos del programa de fiestas, a expensas de la entrega de trofeos, el jugador es consciente de que ninguna excusa le será reconocida y sale corriendo del polideportivo, perseguido con desgana por la entristecida muchachada, que ha visto desaparecer las posibilidades de arrimar entrepierna en la verbena popular. Cansados todos del extraño fenómeno, la bola es abandonada a su suerte, dándose por inconclusas, que no finalizadas, las festividades. Por suerte, no hay ningún escritor presente, así que dentro de la desgracia, nadie escribe un relato de realismo mágico sobre lo sucedido.


1 comentario:

  1. :-DDDDDDDD
    Magnífico, magnífico. Cuánto se divertiría Allen si se lo hicieras llegar.

    ResponderEliminar