jueves, 17 de diciembre de 2009

MERCACHINA

En medio del camino de nuestra vida
me encontré por una selva oscura,
porque la recta vía era perdida.

 


No será la sombra de Ovidio la que guíe mis pasos hasta el infierno. El Dante tenía un abono transporte reservado para los funcionarios eméritos de la palabra, y no soy sino un triste palanganero que recoge los restos del pecado y el horror ajenos.

Las puertas del averno tienen mil resquicios por los que se filtra la locura, enredándose como los cabellos de Lady Godiva en los engranajes de Tiempos Modernos. La banda de gorilas articulados había hecho mella en mi ánimo desmoronado, pero la noche me deparaba nuevas experiencias. No me es dado desentrañar los mapas torcidos que llevan a la perdición, pero sí puedo mostrar fragmentos del jarro que trituro día a día, imágenes tornasoladas de chinos sonrientes que ofrecen latas de salesa, saliendo de una nave nodriza comercial: el Mercachina.

Sólo a unos pocos iniciados en El Horror os había comentado la existencia de ese lugar, sito en Torrejón de Ardoz, una población familiarizada con las bases de ocupación (esta vez comercial) de las grandes potencias. La gran China no respeta nada, fagocita los fonemas y las ideas, y Paco Roig llora desconsolado por la suerte que puede correr su famoso Hacendado.

En mi primera visita a la ciudad, no pude captar la instantánea, no fue sino un vago recuerdo que traté de borrar de mi mente, letras verdes sobre fondo blanco, desleídas por la velocidad del automóvil. Pero hace dos semanas obtuve la prueba definitiva:



Como ya advertía la publicidad de la marquesina, hay muchas navidades aquí, hay todo un universo de consumibles, objetos brillantes, midis horrendos y luces parpadeantes tras esa persiana, esperando a propagarse por las calles, mientras  más allá de la luz de la ventana del primer piso un Norman Bates cualquiera se balancea en la mecedora de su madre muerta comiendo exóticos frutos secos rebozados.


¡El Horror!

2 comentarios:

  1. Está por hacer, si es que se hace, el infierno que anuncias, porque el de Dante el Grande se queda pequeño.

    Yo odiaba los chinos, sobre todo los de "Futos secos", como les gustaba rotular, que invadían mi barrio con sus lámparas de neón. Ahora no podría pasar sin ellos. Este tomarte la penúltima copita diciéndote que tranquilo, que todavía podrás comprar dos peras y una lata de atún. Es que ya vivo en el infierno y con mucho gusto.

    Eso sí a uno de los vendedores de salesas que salen ya el jueves por la noche y cuando voy al metro, duchado y tal, y no reconocen la diferencia con los tambaleantes que van por ahí, tan desacojidos, y me ofrecen una salesa, porque los tíos no miran ni entienden, solo les basta salir y vender a todo lo que se mueva, a uno de esos, digo, una mañana lo mato, y a la cárcel a esperar que aparezcan chinos vendiendo salesas, porque se cuelan en todas partes, los tíos.

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  2. Es que es una invasión sutil, Nano (cito lo de la invasión sutil porque me ha venido a la cabeza un relato titulado así, del gran Pere Calders). Llevan años estudiándonos, pero no discriminan a la hora de la venta. Me pasa lo mismo con los vendedores de salesa, me ofende que me la ofrezcan si estoy sereno, e intento marcar aún más el paso firme sobre una trayectoria rectilínea.

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