martes, 8 de diciembre de 2009

Una visita a Torrejón City

Un claro objetivo bajo una equis al pisar la estación de Torrejón: hacer una fotografía a la tienda china que había descubierto fugazmente desde la ventanilla de copiloto, sempiterna ventanilla, en mi primera visita a la ciudad, un mes antes. Espectro de salesas.

Observo a mi alrededor. La humedad de la mañana no desalienta a las familias. Grupúsculos de padres resignados en su propia estupidez, alrededor de los cuales orbitan unos satélites mocosos se dirigen hacia la piesta de hielo con hilo musical de los 40 (Principales). Sólo se permite la entrada a los patinadores, pero se adivina la figura del chuleta de barrio, presto a empujar al patoso de turno para rescatar a una jovencita inexperta, amarrada a la barandilla. El gorila de turno me observa desde la puerta, con cara de malos amigos. No, señor Yuri, Alecsei, o como se llame, no soy un pederasta secuestraniños, pese a mi aspecto. Ya me retiro.

Y hablando de gorilas, al otro lado de la pista de hielo... Pero no, no puede ser. Miopía necesita revisión urgente. Bachata a todo trapo rebotando en la plazoleta como un sapo borracho y una banda de gorilas con atuendos tropicales, en medio de este frío postergado de diciembre. Una banda de gorilas robóticos que... ¡se mueve! Terrorífico, un insano Tibidabo transplantado. La máscara del terror bajo los sombreros de paja, el color tropical que cayó del cielo, los primos del primate asesino de la calle Morgue. Y no entiendo cómo los padres acercan a sus hijos para ver el espectáculo, cómo ignoran de forma tan irresponsable el trauma que les están causando de por vida. ¡Bachata gorila!

Aquí, el estremecedor documento gráfico:


 

No entraré en la interpretación simbólica de los tótems dispuestos tras los gorilas, pues mi mente no está preparada para ello.

Me queda aún el poso de un terror primigenio, un deseo de huída, esperando que en cualquier momento uno de esos primates se abalanzara sobre uno de los niños para devorarlo ante sus padres. La sospecha de que no todos eran autómatas, que bajo el peluche podía esconderse un humano contratado por una ETT.

¡¡Y la música, esa música resonando aún en mi cabeza!!

(continuará)

3 comentarios:

  1. Horreur! La verdad es que emprender ese descenso a los infiernos y salir (más o menos) indemne, no deja de tener mérito... ¡Y creíamos que Cortilandia había fenecido para siempre!

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  2. ay, una parte de mi adolescencia está ligada a esa ciudad, ese Torrejón City al que me escapaba en tren los sábados por la noche con el miedo de perder el último de regreso y tener que llamar a casa y decir...
    papá estoy en torrejón...

    afortunadamente entonces era puntual...

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