viernes, 30 de octubre de 2009

BOLITAS

— La última vez que lloré en el cine fue con Más allá de los olivos, de Kiarostami. Aquella historia de amor entre la devastación causada por un terremoto, que no hacía sino presagiar una tragedia mucho mayor, me llegó al alma. Por no hablar del punto de vista, ese doble juego de perspectivas, el cine dentro del cine, como aquellas muñecas rusas…

Matrioska. — dice ella, mientras se ajusta el escote de forma provocativa.

Es la primera vez que Laura interviene en el monólogo de Javier. Satisfecha por poder haber metido baza, se adjudica un quesito en el particular juego de deslumbramiento mutuo que han iniciado nada más ser presentados en la fiesta de cumpleaños de una desconocida para ambos.

— Exacto. — y trata de disimular la perpendicularidad de su trayectoria visual con la semirrecta formada por el canalillo de su interlocutora. — Porque aunque uno ya ha vivido lo suyo con las mujeres, hay historias que de algún modo le encabalgan hacia el pasado, que le enseñan lecciones que no acabó de entender en su momento.

Encabalgan hacia el pasado… Tremendo. Ella analiza sus palabras, tratando de desgranar los conceptos que se esconden tras ellas y ordenarlos sobre la retícula 2x2 de su cerebro. Dicha estructura está constituida por dos niveles superiores (inteligencia y dinero) y dos inferiores (percha y ropero ). Durante el cuarto de hora que llevan hablando, Laura tiene claro que Javier es una persona suficientemente inteligente, con poco dinero, un cuerpo discreto, y con el gusto para vestir enmascarado en un estilo monocromático. Pantalones negros raídos, jersey de cuello alto lleno de bolitas en la zona levemente abultada del vientre, y una conversación llena de balas de fogueo intelectuales, pero resultona para cualquier incauta.

Laura, que no ha visto la película del director iraní, porque en su momento salió del cine sin llegar siquiera a la mitad del metraje con la firme convicción de que era una enorme patata, se calla. También, gracias a una habilidad social adquirida, reprime un gesto reflejo de su ceja izquierda, que al enarcarse hubiera delatado el escepticismo que le provoca la supuesta extensión del currículum sentimental del hombre que acaba de mirarle las tetas de forma tan timorata.

Pero esa noche ha salido a ligar. Por eso no le corrige el título de la película, ni trata de ponerle en evidencia con su habitual sarcasmo, tan denostado por sus amigas más íntimas. Por eso se reprime y no le arranca ninguna de las bolitas del jersey, sino que busca algo más que beber. Porque esa noche quiere probar otras armas, y se ha puesto a regañadientes el vestido ajustado que le ha prestado Carol. Y porque le divierte hacerse la tonta. Y porque en aquella fiesta todo el pescado parece ya vendido, y a veces una ha de conformarse con una sopa de morralla.

Se promete a si misma no ganar ningún otro quesito, y busca por entre las mesas la botella de Stolichnaya que ha comprado en el chino bajo mano. Apenas quedan dos dedos. Lo habitual entre tantas botellas de cerveza. Se carga el vodka con limón todo lo que su estómago es capaz de soportar y regresa junto al cinéfilo, que le dedica una sonrisa beoda.

— Debo estar aburriéndote con tanta cháchara, pero es que me dejo llevar cuando hablo de cine. ¿Sabes? Estoy escribiendo un guión.

— Para nada, me resulta de lo más interesante, Javier.

Le llama por su nombre, con la casi total seguridad de que él no se ha quedado con el suyo. Javi, Javivi, Javito, con el as en la manga de su preciado guioncito. Laura se pregunta a cuántas habrá tratado de deslumbrar luciendo la consabida aureola del escritor. Y ella, que ha sido jefa de guionistas de dos de las series con más éxito de los últimos años, se calla. Porque hoy ha salido a ligar, porque los hombres como aquél se asustan si una mujer demuestra estar por encima de ellos. Y le deja hablar de su proyecto, de las dificultades que supone hacerse un hueco en el mundillo sin los contactos adecuados, de la eterna incomprensión del artista. Y cuando se acaba el vodka, finge un bostezo y pide que la lleve a su casa, de la forma más directa y descarada, mientras reprime la risa por la cara de tonto que se le queda. Y a la mañana siguiente, cuando despierta, le deja roncando en la cama, no le despierta, coge el jersey negro que ha dejado la noche anterior colgado en el respaldo de una silla, y se lo lleva a su casa para arrancarle las bolitas a gusto.

Robert Llopis Zurita, Octubre 2009

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