viernes, 15 de abril de 2011

ACÚSTICO CÁUSTICO

Sin ella, no me queda nada más que la mortaja de algodón en la que me arropo todas las noches, la búsqueda inerte de una analgesia que entorpezca los engranajes del remordimiento. Me envuelvo sin rechistar en las hebras deshechas de las partituras que nunca escribiré, con la sensación de que nunca he sido capaz de postergar, de transmitir la tensión de la fibra que une mi estómago y mi garganta. Por mucho que se empeñen otros en afirmar lo contrario, el arte se me quedó corto. Así que no entiendo su insistencia, ese empeño en que siga actuando.
Marga murió hace un par de meses, sin avisar, con la crueldad con la que nos abandonan las personas queridas, arrojándome al absurdo de una vida llena de palabras que no llegué a sacar del bolsillo. Recuerdo cuando le canturreaba en voz baja los viejos temas, los que algunos piensan que aún resuenan en el Penta y que ahora quisiera olvidar. Cantaba a mi amada con un disfraz ajado de trovador, hecho de retales, como si buscara en su mirada la confirmación de que yo aún no estaba acabado, de que era capaz de dar la cara sobre un escenario, o peor aún, de asumir que las letras de mis canciones me resultaban extrañas, ajenas, parte de un pasado del que nunca supe desprenderme. Le cantaba como el niño moribundo que siempre he sido, el mismo que se ha negado a crecer, aferrado a una liana desde la que nunca se ha atrevido a saltar. Ahora no tengo dudas: sin ella estoy acabado.
El último concierto no tuvo otra motivación que el dinero, no voy ahora a embozarme en un orgullo que nunca he tenido. El reconocimiento halaga a cualquiera, pero bajo aquel repentino interés de los medios podía percibir el tufo dulzón de las flores del cementerio. Acostumbrado a estudiar el miedo en mi propia mirada, nadie era capaz de engañarme. Reconocía en los ojos de la gente que trataba de apoyarme una pena que me humillaba, o peor aún, esa mezcla de ignorancia y admiración con la que muchos se conducen, tan propia del ser humano.
Aparqué el lirismo y al final encontré fuerzas para enfrentarme al público, a esa bestia amalgamada en un único rostro complaciente, satisfecha por mi presencia sobre las tablas. Y pude percibir en cada acorde el amargo regusto de la lástima en sus sonrisas. Abandonada la poesía, tuve que renunciar a la dignidad y pensar sólo en los beneficios, en retomar mi más eficaz huída hacia adelante. No todos eran viejos camaradas. Había gente joven, que reivindicaba la libertad de un Madrid maniatado, la nostalgia imposible de una Movida que tenía poco de romántica. Han abandonado los esqueletos de los vampiros sobre las calles y soy el último superviviente de una raza, expuesto sobre el altar del buen rollo. De nada me ha servido ser un chico frágil y quebradizo que componía himnos generacionales. Estoy solo ante la multitud, quien sabe si ante la historia. Y esta noche, de regreso a una casa vacía, no pienso más que en envolverme de nuevo en el algodón, en acelerar el proceso, envidiando la facilidad con la que estallan los globos bajo la leve presión de la aguja.

2 comentarios:

  1. Cómo dominas el lenguaje, Fleishman. Me parece un texto de gran belleza.
    ¡Me ha encantado!

    Un saludo

    (Veo un "convierto" que supongo es "concierto", ¿no? Corrija usted si es así ;)

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  2. Joder, JuanRa, esto no puede seguir así. No, no soy millonario y no puedes ser mi heredero. Si no, no se explica esta fidelidad de lector afín que mantienes.

    Un abrazo bien fuertote.

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