jueves, 16 de septiembre de 2010

TÁPER



A mí lo que me sabe mal es no haberme dado cuenta de las señales que me enviaba a cada momento. Porque que mi Julián sea un cortado no ha sido nunca un problema en nuestro matrimonio. Y si lo conocí en aquel guateque fue gracias a los empujones que le dieron sus amigos para que se acercara a bailar conmigo, pero a mí no me importaba, porque era el más fino y elegante. Es algo que no me ha costado aceptar durante estos quince años de matrimonio, pero una cosa es tragarse los antojos y caprichos y otra que la persona con la que vives no ni siquiera capaz de pedir que le acerque el salero. Y en ese sentido me reconozco un poco torpe, porque debí enseñarle a ser egoísta, a pedir o incluso a exigir. En la cama, por ejemplo, cuando le entraba el gustirrinín parecía que se lo tragaba todo para dentro, como gargajo en catedral. Y yo, que nunca acababa de relajarme del todo, gritaba como intuía que a él le gustaba, eso cuando no teníamos hijos, claro, y digo yo que esas cosas son artes de mujer, que no hace falta ahora entrar en demasiados detalles, aunque usted debe de estar acostumbrado a ver de todo. Yo le ofrecía las tetas y los morros, intentaba moverme todo lo rápido que podía y ser sexy sólo para él. Lencería, la más cara, una ruina en picardías que yo esperaba que desgarrara, pero que acababa arrojando a la basura, de pura rabia. Pero nada, no había manera, se encogía como un bicho bola y se iba en silencio al baño. Y aunque parezca imposible, se las componía para fingir que se había…porque nunca lo hacía encima de mí, ni se sacaba el preservativo, con perdón, en el último momento.  Menos cuando lo de mi Antonio y mi Laura, claro. Que ahora que son mayores y ya no viven en casa. Por eso pensaba yo que nos había llegado lo mejor de la vida, como no paraban de decirme mis amigas. Y el día que hicimos todas aquello del tapersex pensaba que me iba a morir de la risa con aquellas pililas, con perdón, de plástico, y las bolitas y todo aquello que no paraba de vibrar, que todas nos lo poníamos en la palma de la mano, pero sabíamos para qué coño servía. ¿Ve? Si es que soy una bruta, he hecho un chiste sin querer. Disculpe usted, son los nervios, que me hacen decir barbaridades, pero usted es joven y debe estar curado de espanto. La gente mayor como yo hemos tenido que aprender todo de nuevo. En los tiempos del Generalísimo todo eran tapujos y misterios bajo las faldas de las mujeres y de los curas. Lo del tapersex. Pues entre todas me convencieron de que comprara aquella cosa tan grande y negra, Mandingo, Mandingo, compra el Mandingo. Y ahora veo claro que lo decían con malicia, las muy brujas, que no querían sino burlarse de una servidora, que es un alma de cántaro en ciertas cuestiones. No, pero no se vaya, creo que aún estará dormido, no soy impaciente, tantos años esperando me han hecho casi de piedra. Pero aquella noche que me atreví a sacar el Mandingo de la caja pensaba que me moriría de vergüenza, porque no sabía si se iba a enfadar mi Julián, él que la tiene tan chiquirrina, aunque nunca me he quejado, pero es que era comparar aquella cosa que parecía de gorila con el altramuz, como yo le llamo, y era cosa de cabreo o de risa. Y él no supo ni qué cara poner, rojo de vergüenza y de rabia pensaba yo, y salió de la habitación dando un portazo, sin una palabra. Pensé que habría hecho alguna barbaridad, hasta que oí los ronquidos que llegaban desde el sofá del comedor. Así que la mañana siguiente, al levantarme y ver que había salido ya a jugar la partida en el bar, salí corriendo al mercado, para comprar carrillada de ternera, su plato favorito, que un mal trago con un buen bocado se remedia. Pero para mal trago el que me llevé al volver a casa y escuchar esos gritos de agonía que salían de nuestro cuarto. Y todo ayes, y disculpas, y vergüenza de la de verdad, corriendo a Urgencias y porque usted es un médico joven, que si lo llega a ver así el doctor Millán, que fue el que me llevó los partos, el disgusto hubiera sido mayor. Que no debí hacer caso a las amigas. Y dígame usted qué hago ahora yo con el Mandingo cuando se lo saquen.

4 comentarios:

  1. :-DDDDD... como gargajo en catedral... el Mandingo, compra el Mandingo...
    Ay, Fleishman, qué bien he empezado la mañana (la mañana que te apuesto un huevo que luego se tuerce).
    Así que gracias.
    :-)

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  2. Sap, no sabes lo que me satisface ayudar a que la gente de bien sonría. Espero que no se haya torcido nada. Un abrazote.

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  3. ¡uahhhh!!!! ¿Por qué quitas mis comentarios? ¿O es que va a ser que di al botón equivocado? Va a ser eso.

    Que un escojone del bueno, tío. PEro me preocupa a mí si la señora se llevará el Mandingo lleno de mierda o lavar los objetos extraídos corre por cuenta de la Seguridad Social.

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  4. Habrá sido cosa del gúguel, sería incapaz de cometer tamaño despropósito. Le tengo que preguntar a un amigo médico qué se hace en esos casos. Si revenden, o algo.

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