viernes, 2 de julio de 2010

EL RASTRO DEL CARACOL


Escrito para el taller del Bremen, con el tema "un paseo".

Julián se considera una persona limpia y escrupulosa, menos los domingos. A sus setenta y tres años se las ve y se las desea para meterse en la bañera, una operación semanal que realiza con la cautela de un gato escaldado. Considera preferible asearse solo, asumir el riesgo de desnucarse contra el borde de la bañera y sufrir una muerte torpe y estúpida a soportar la humillación de de ver la cara de asco de su hija mientras le frota las carnes flácidas con guantes y esponja.

Y es que los domingos Julián no puede perderse su paseo por el Rastro, salvo diluvio, entierro o enfermedad. Nada más salir del portal, encopetado con el porte que le da su viejo sombrero de fieltro y el sempiterno traje de tantos domingos, fantasea con que alguien preste atención a las quejas que masculla nada más atravesar el viejo portal de la corrala donde ha pasado toda su vida, en plena Plaza de Cascorro.

- Esto no es lo que era.

La raya de planchado que surca las perneras de sus pantalones de pinza, trazada con minuciosa precisión por la joven asistenta que la familia le ha encasquetado para la limpieza y cuidado de la casa, se transforma en la picuda proa de cada uno de sus pasos, pausados pero fieles a una trayectoria de caracol que lleva repitiendo desde hace décadas.  

Su paseo dominical por el Rastro tiene un orden invariable. Deja para el final la parte más populosa, la que más detesta, el marasmo de Ribera de Curtidores, el paraíso de las bragas de gitana, como le gusta llamarlo. Así que empieza por aquellos establecimientos umbríos y cargados del polvo plomizo de las lustros, en los que tiene la seguridad de que será reconocido y escuchado. Las librerías de viejo del ala derecha del rastro, un galimatías que da fe de la excesiva producción editorial del siglo XX, en las que uno puede encontrar desde un ejemplar ilustrado de El Quijote, a un manual de cocina de la Sección Femenina, con ilustraciones de jovencitas tan sumisas y afanosas como sonrientes, o si uno sabe buscar bien, alguna que otra novela picante con sus páginas arrugadas.

 Julián nunca compra un libro, pero manosea todos los que puede, sin tener el más mínimo reparo en doblarlos, sopesarlos y despreciarlos tanto física como literariamente. Todos sus juicios son peyorativos, con la finalidad no sólo de sacar de quicio a los libreros que le tienen más que calado, sino de justificarse como alguien cuyas lecturas le han enseñado que libros buenos hay dos o tres, sin mencionar cuáles.

Abandonado el caos de las letras, se sumerge en la certeza de la religión. Tallas, rosarios, iconos, biblias y cuadros oscurecidos por el paso del tiempo, falsos Caravaggios ahumados por centenares de cirios votivos. Como antiguo maestro salesiano, no puede evitar estremecerse ante la visión de tantos mártires en pleno sufrimiento, vírgenes que nunca dan el pecho o cruces que hace mucho que han sido descolgadas. En ese tipo de tiendas, Julián no hace comentario alguno, se muestra contrito, reflexionando para sus adentros sobre la proximidad de su muerte y las expectativas de acceso a una vida eterna entre laúdes angelicales.

Cuando llega a su tienda de antigüedades preferida, en la calle Carlos Arniches, Julián empieza a mostrar ciertos síntomas de premura: allí la cita es obligada. Todas las semanas entra en el establecimiento para comprobar que nadie ha comprado una antigua caja de galletas que el vendió allí hace un par de años, temeroso de que sus hijos la descubrieran a su muerte, donde el adolescente que fue guardaba estampillas eróticas. Estuvo a punto de tirar el viejo recipiente metálico a la basura, pero no pudo desprenderse del todo de ellas. Así que se dedicaba a comprobar que nadie había adquirido la caja para usarla como decoración. Incluso en alguna de sus visitas, Julián se había atrevido a esconderla un poco entre tanto cachivache, para asegurarse de que a la semana siguiente la volvería a encontrar. Notaba una sensación de alivio, una leve tibieza en el pecho cada vez que sus dedos artríticos y arrugados recorrían las curvas bidimensionales de aquellas ilustraciones picantonas, que  tantas alegrías le habían proporcionado, y que ahora no harían sonrojar ni a un niño de nueve años. La enfermera, la secretaria, la torera, incluso una monja pechugona, formaban una baraja concupiscente, dispuestas para jugar la mejor de las manos.

Animado por el recuerdo de tiempos mejores, el viejo maestro se veía con fuerzas y ganas de remontar la cuesta de Ribera de Curtidores, atestada de turistas acalorados, la mayoría de los cuales ni siquiera se detenía en ninguno de los numerosos puestos de venta, sino que se dedicaban a avanzar con ritmo procesional a base de leves empellones. Julián sabía que iba a tardar más de media hora en recorrer los quinientos empinados metros que distaban desde la Ronda de Embajadores a su casa, pero no le importaba en absoluto. Como si hubieran cobrado vida en virtud de su reavivada fantasía, numerosas jovencitas con más carne  al aire que ropa sobre ella le rodeaban sin apenas reparar en su presencia. Al fin y al cabo, no era más que un simple viejo que lucía un sombrero extravagante, tal vez un poco torpe, que las empujaba para abrirse paso, que empezaba a oler a sudado, y que hasta el próximo domingo no iba a ducharse, olvidando a conciencia la ropa interior perfectamente doblada en el cajón de la mesita.

Robert Llopis, 30/06/10

8 comentarios:

  1. me ha gustado pasear hoy por aquí.

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  2. Siempre eres bienvenida en Cicely, weli ;)

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  3. Casi he podido oler al abuelete. Apenas conozco Mandril pero he visualizado el camino. Ay qué potito... :)

    pd: estoy algo desconectada del mundanal ruïdo, pero de vez en cuando asomo el hocico (sin depilar).

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  4. Yo me quedo con Cicely, sin duda, un lugar mucho más tranquilo y lleno de gente inteligente (y adorable).
    Jo, pensé que nadie se acordaba ya de este mágico lugar!

    (Northern exposure era mi serie de tv preferida).

    Un saludo.

    Volveré.

    Sue.

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  5. Y es que, como ya sabes Cicely es un state of mind, Sue. Y aunque he de reconocer que vivimos un momento de esplendor de las series, Doctor en Alaska es una serie que marcó los sueños de muchos insomnes. El otro día estuve a punto de escribir qué encontraba Joel cuando llegaba a esa NY entre el bosque, igual me animo. El blog es poco ciceliano, es más bien una reacción desde el espíritu de Cicely, a la locura que nos rodea. Y ya paro, que me ciego.

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  6. La baraja porno era un arma cargada de futuro, Fleisch.
    ;-)

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  7. OEEEEEE, ¡ya sé enlazarme!

    Hola, ¿qué tal? Soy Perple.

    A ver si ahora consigo ponerme una foto.

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  8. Mola, Perple! Se pueden poner cosicas que se llaman gadgets, widgets, o similar. No soy experto para nada, pero seguro que te pones al día en un pispás.

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