viernes, 23 de julio de 2010

AL OTRO LADO

El chico aguanta la respiración, y su atención se centra por un instante en la nube invertida que forma el desconchado azul en la pintura blanca del techo de su habitación. Luego desvía la mirada, receloso, hacia la persiana que acaba de echar, como si temiera que algún vecino curioso del bloque de enfrente pudiera sorprenderle a través de sus diminutos resquicios. Trata de evitar que el más leve sonido advierta a la pareja del piso de al lado de su presencia al otro lado del tabique y se mantiene casi inmóvil, como un lagarto aletargado por el sol, sintiendo cómo la excitación empieza a vencer a la prudencia.

Se encuentra tendido de lado sobre la cama del dormitorio que hasta hace poco ha compartido con su hermano pequeño. Sobre las sábanas, en ropa interior, con los calzoncillos abultados por la intrusión de su mano derecha, que se mueve como una araña bajo aquella ridícula prenda de algodón con dibujos infantiles que le ha comprado su madre en el mercadillo del barrio. Se decide, pega aún más la oreja derecha a la pared, y se estremece por el quejido delator de su colchón al moverse de forma tan brusca. El cuello empieza a dolerle, pero el esfuerzo empieza a valer la pena. Cada vez que está a punto de desistir, consciente de la ridícula desesperación que le domina, o temiendo una posible irrupción de su madre, se otorga una nueva oportunidad, cuenta hasta treinta, y espera. Siempre acaba captando algún sonido alentador proveniente del piso vecino que reaviva su libido. Su imaginación transforma cada murmullo en gemido, convierte en obscenas todas y cada una de las palabras de aquellas dos voces que atraviesan a duras penas la pared. El sonido de su propio corazón acelerado se entremezcla con el de algún que otro coche nocturno que pasa por la calle y que parece no tener otra intención que estorbarle.

***

Esa misma mañana, se ha encontrado por primera vez con los nuevos vecinos en el rellano de la escalera. Una pareja joven, con aspecto de haber salido por primera vez de su casa, y que apenas ha reparado en su presencia mientras intercambiaba las fórmulas de cortesía de rigor con su madre. La vieja bruja ni siquiera ha sido capaz de arrancarles si estaban casados o no. Todos sonreían complacidos, con la afabilidad que se demuestra en un primer contacto que no pretende llegar a ser más que el inicio de una relación que se limite, con suerte, a encuentros casuales en el ascensor, o a peticiones puntuales de condimentos.

El niño, pues así lo había presentado su madre a la pareja, salpicaba con su mirada las largas y delgadas piernas de la chica y se esforzaba en reprimir las ganas de intervenir en la conversación, sabedor de que cualquier cosa que dijera iba a sonar torpe y fuera de lugar. Ella le caló casi al instante y le dirigió una mirada que no supo interpretar, a medio camino entre el enfado y la complacencia. Si necesitáis algo, ya sabéis dónde estamos, concluyó su madre. Ni se os ocurra, si no queréis adoptar a una lapa con rulos, pensó él.

***

Ella sabe que irse a vivir juntos ha sido un error. Él ni siquiera lo sospecha, está siempre demasiado puesto como para darse cuenta.

Ella se entretiene abriendo y cerrando el cajón de la mesita, de forma mecánica, sin cesar. Un pequeño ataúd, o una caja de sorpresas. Todo aquello dentro, no hay vuelta atrás.

***

Ha habido suerte. Está convencido de que no han cambiado la disposición de las habitaciones, y de que junto a la suya está la cama de matrimonio, la misma en la que hasta hace poco roncaba el señor Antonio. Menudo cambio. Tienen cara y cuerpo de follar a todo trapo y no pueden tardar en empezar. Los murmullos van en aumento, así que empieza a acelerar el vaivén de su mano. Su polla parece estar a punto de estallarle. El roce del gotelé. Un momento, debe ser cauto, poco a poco, hay que esperar a lo mejor. Bajará el ritmo hasta que ella empiece a gritar como una auténtica zorra. Y entonces se sentirá como si estuviera al otro lado, sentado, mirándoles. Como si pudiera atravesar las paredes y participar de la fiesta.

***

Suele ir tan puesto que debe haber olvidado qué significa echarle un buen polvo. No se lo reprocha. En realidad, nada les importa mientras quede algo. Porque si no queda, o queda poco, empiezan los nervios, las llamadas y las prisas. Por eso, se han puesto hasta las trancas antes de estrenar el piso, porque esa va a ser su luna de hiel particular. Él duerme profundamente sobre la alfombra. Ella sentada en la cama, con la espalda apoyada en la pared, jugueteando con el mando a distancia del vídeo.

Se conocieron en una fiesta de matriculados que nunca iban a acabar la carrera, y en aquel año de la bendita inocencia perdida era un lugar común hablar de Polansky y de aquella película tan morbosa. Los gustos de los presuntos entendidos eran los mismos y todos ellos acordaban un juicio estético lo suficientemente sencillo como para convertirse en gregario. Cuellos de cisne.

La pose requería cierto sacrificio. Alguien propuso y ambos estuvieron de acuerdo en dar un paseo por el lado salvaje, se creyeron capaces de ahogar el pasado por el sumidero de una huída hacia delante que les haría estar de vuelta de todo. Luego descubrieron que no había nada salvaje en aquello, sino una simple necesidad que tenía que ser satisfecha a toda costa. Pillar, ponerse, ponerse, y ponerse hasta tener que volver a pillar.

***

El chico que no se siente nada niño oye con total claridad los gemidos de placer de la vecina, desbocada hacia el orgasmo, sus obscenas peticiones al compás del sonido del colchón. Piensa en ella, se imagina su mirada clara, mirada anzuelo acusadora, enturbiada por la lujuria, por las ganas de más, recuerda la blancura entrevista de sus muslos, se da la vuelta y lanza al aire un enorme chorro que parece querer tapar el inalcanzable desconchado .

***

Ella baja el volumen del televisor. No quiere despertar a su novio, que sigue tendido sobre la alfombra y mucho menos llamar la atención de los vecinos. De hecho, le ha parecido oír algo al otro lado de la pared.

No le ha excitado nada ver aquellas primeras grabaciones, en las que los dos daban rienda suelta a una pasión que aún no estaba narcotizada. Puede más la melancolía. Lo que iniciaron como un juego con la vieja videocámara de segunda mano acabó en costumbre, pero algo se ha perdido en el camino. Antes les gustaba verse follando, les daba ideas para la siguiente vez, se reían mientras conjuraban nuevos placeres.

Y ahora que han dado el paso de vivir juntos, se siente más sola que nunca. Deja el mando a un lado de la cama, y desliza distraída una mano entre sus piernas, mientras que con la otra abre el cajón de la mesita y busca una pastilla de éxtasis. Justo en el momento en el que aprieta el rostro sobre la almohada, se corre pensando en la mirada que le ha echado el chico de al lado, que duerme satisfecho sin llegar a escuchar el sonido del placer.

Robert Llopis, Julio 2010

6 comentarios:

  1. Añado otro comentario para decir que la palabra extraña que me ha salido para confirmar mi humanidad ha sido:

    "Perep"

    Y he sentido que me quería decir algo. Me he quedado un rato con los dedos en suspenso, como si fuera peligroso.

    Técnicamente se llama "delirio de señal". Primeros síntomas de esquizofrenia o tumor cerebral. Ay, Dios.

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  2. Joder, qué chulo Fleish.

    Me ha encantado.

    Me gusta imaginar, en la ampliación, un polvo de esos de ascensor que ya sabes que me gustan tanto y otros en la habitación de ella, al otro lado, con el novio inconsciente en la alfombra. Luego, no sé cómo, pero ya sabes cómo soy, por supuesto, un final feliz pastelón.

    Gracias.

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  3. Gracias a ti, Cierzo. Ya sabes que tiendo a putear un poco a mis personajes, así que es normal que acaben pajeándose con un tabique de por medio. Pero oye, nunca se sabe, cosas más improbables se han visto...

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  4. A mí también me parece un buen cuento. Me gustan los dos planos. Están muy conseguidos.

    Abrazote,
    X.

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  5. Sobre lo de Perep y el delirio de señal juraría que había escrito algo, pero lo debo haber flipado.

    Lo que menos me convencía del relato es el tema de las drogas, creo que hasta sobra, aunque le da sordidez al asunto, y más contraste.

    Gracias por las lecturas, Perple, X.

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