Te llamas Bernardo Bernal y eres feo, gordo, calvo, raro.
Echas la culpa de tu mala suerte con las mujeres a tu aspecto, pero no haces
nada por remediarlo. Llevas casi siempre la misma ropa, apenas un recambio
semanal para cada pieza. No haces ejercicio y comes mal y de forma descuidada. Vives esperando a que muera tu madre y heredar
el piso diminuto en el que convivís. De fondo, la foto enmarcada de tu padre,
en el comedor, ese bigote reprochando tu mera existencia. Eres virgen a los 44,
pero nadie diría que eres infeliz. Gozas de aparente buen humor, pareces buena
persona y haces reír a los demás cuando te lo propones, a base de ocurrencias
groseras y chistes de bar. Además, tienes un hobby con el que te sacas unas
perras y que te ha hecho conocer gente. Si vas a justificar tu existencia con
eso, mal vamos. Coleccionas cromos de fútbol y los vendes o intercambias en el
Rastro, en la plaza del Campillo del Mundo Nuevo. Eres ya un personaje conocido
allí. Los domingos te pones una camiseta demasiado ceñida de Hugo Sánchez, casi
una reliquia, pero que te sirve para distinguirte entre la marabunta de
coleccionistas que hormiguean por la
plaza. No fallas nunca, sonríes siempre, aunque te hagan las mismas peticiones,
aunque te sepas ya de memoria qué cromos son difíciles de encontrar y la gente
pregunte por ellos como si fueran uno más. No, ningún cromo es uno más, aunque
muchos sean más fáciles de encontrar y estén repetidos hasta la extenuación.
Fantaseas con ser algún día una de esas personas importantes que deciden cuál
es la proporción exacta de cromos raros que van a salir en la colección de tal
temporada. Señalar con el dedo a ese extremo izquierda del Valladolid al que
nadie conoce. Darse el capricho de marcar la excepcionalidad. En la plaza, como
los cromos, muchos rostros son repetidos, aunque parezcan distintos. Te
permites hacer filosofía barata sobre los distintos tipos de personas que
trapichean con las estampillas futbolísticas. Todos ellos se creen únicos, pero
muchos responden a patrones que sabes diferenciar. Oportunistas, aburridos,
ansiosos, inocentes, timadores, distintos equipos para alcanzar el trofeo de la
colección completa, o para acumular cromos raros que puedan tener más valor. Lo
que para unos es un intercambio provechoso para ambas partes, es un ejercicio
de depredación contumaz para otros. Tú te sitúas en un término medio. Sabes
mostrarte amable con los primeros y perspicaz con los segundos. Llevas muchos
años frecuentando el lugar y pocos pueden decir que tengan una colección tan
extensa y cuidada como la tuya. Llegas a primera hora, te sientas en ese banco
que ya los habituales dan por hecho que es el tuyo y despliegas la mesita de
camping sobre la que vas colocando minuciosamente tus álbumes. Teniendo en
cuenta que hace tiempo que no buscas ningún cromo específico y que eres un
proveedor experto, tu objetivo es otro y los medios para obtenerlo, muy
básicos. Podría resumirse en que das esperanzas a la gente de obtener aquello
que desean. No de forma inmediata, porque eso haría que el coleccionista de
turno desapareciera una vez obtenida su presa, sino dando largas, prometiendo,
mostrando primero una foto del cromo en el móvil, luego dar excusas para
llevarlo una semana más tarde, llegada esa semana dirás que se te ha olvidado y
acabas intercambiando móviles en vez de cromos para poder quedar algún día entre
semana y cerrar la operación. Ese es el gran objetivo, el que sólo sabes tú:
conseguir números de teléfono, agregarlos a tu agenda, abrir Whatsapp y guardar
las fotos de perfil, las actualizaciones de estado, descartar las fotos
anodinas y quedarte con los retazos de felicidad ajena, imprimir las mejores y
guardarlas en un álbum que no llevarás nunca a la plaza, que no intercambiarías
con nadie, repasar por las noches esas fotos en la playa, esos banquetes que no
puedes permitirte, esos rostros sonrientes, con suerte acompañados de su
familia, de sus hijos pequeños, tan tiernos ellos, tan inocentes.
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