―Tía, pues yo no he roto nunca un
plato, pero me va la república.
―Qué tendrá que ver eso con lo
que estamos hablando. Te digo que no me voy al parking contigo.
―Ni que fuera a violarte, mira necesito hablar contigo de
tranqui, me ha pasado una movida muy rara en ese garito.
― ¿Y qué tiene que ver la república con esa movida? A ti lo
que te pasa es que me has visto con pinta de punkarra y te piensas que soy una guarra.
― Toma rima. No sé de qué pintas me hablas, si eres una yogurina,
se te ve a la legua, por mucha cresta que me lleves. Seguro que tus padres te
pagan los vicios, la paguita para la niña.
―A mis padres ni los mentes, y la pasta me la saco yo
currando entre semana cuidando a mocosos que tienen más cerebro que tú.
― ¡Qué hijaputa, cómo
molas! Me gustan las chatis cañeras. ¿Nos partimos otro cuartito?
―Creo que has tenido ya bastante con librarte de que el
cachas te abriera la cabeza cuando te has puesto a gritar que toda la peña eran
sombras, en la entrada. Y yo tonta por hacerle caso a mi prima y acompañarte
para que no te pidieran el DNI. Que si las parejitas entran del tirón y ahora a
la mierda con esa paranoia que te ha entrado.
―Pero es que eran sombras que hablaban, más reales que tú y
que yo ahora mismo. Se las veía al fondo de la pista, moviéndose como si fueran
serpientes humanas, reptilianos, qué mal rollo. Y casi no se las veía, porque
la luz de la pista las hacía cambiar, parecía que se escurrían para que no las
tocara el láser. Todo mazo oscuro, pero se distinguían por encima de los
pódiums, de las barras, de los altillos, como si fueran más negro que el color
negro, con brazos y piernas normales, pero las cabezas alargadas, como un balón
de rugby.
―Como el mito de la caverna, vaya.
―¡Exacto! Oye, tía, un momento, ¿conocesese mito?
―Pues como todo el mundo, porque he leído La República de Platón.
No va a ser de oídas.
―Qué paranoia. Y yo antes hablando de la república, aunque no me
refería ver con la obra del fundador de la Academia.
―Es un malentendido que le disculparé gustosa, ya que veo que
conoce al insigne filósofo.
―¿Estamos entre pares, pues?
―Así parece, arranquémonos las máscaras, abandonemos este
encorsetado papel de jóvenes incultos que quieren integrarse en la plebe.
―¿Qué nos está pasando, tía? Me entra un chine raro y noto de
repente como un cosquilleo en la nuca que me hace soltar palabros, y usted me
disculpará haber usado un término incorrecto, cambiando de género a tan común
sustantivo. Me refería a un lenguaje que se me antoja inusitado entre gente de
nuestra edad y condición. Mierda puta, ¿qué cojones?
―Es el tripi, esto no es ni
medio normal. Espero que sepa excusar esa burda expresión que ha salido de mis
labios. Ni sé qué es un tripi, ni mucho menos qué puede ser algo “medio normal”.
O algo es normal, o excepcional, no creo que haya término medio. Joder, mira,
mira las sombras bailando entre los coches del parking. Tengo mazo ganas de
gritar, pero no puedo, como si estuviera soñando.
―Aferrémonos a nuestro último recuerdo, querida, obviemos lo que
nos rodea, ese ruido atronador que se asemeja a los timbales del averno. Yo… yo
estaba experimentando los efectos de la absenta, he de reconocerlo, para
explorar un nuevo discurso narrativo, ya que soy un poeta de avanguardia.
―Mi marido es médico y sustraje de su consulta un frasquito de
éter. Me habían hablado de sus efectos beneficiosos, a la hora de aplacar el
furor uterino que sufro, disculpe usted la cacofonía.
―Creo que me estoy cagando, no sé si de miedo, o porque me ha dado
un chungo. Joder, voy y vengo, pero las sombras están ahí, como en el mito.
Pero qué mierdas de mito, si no sé ni de lo que hablo. Ya regreso, trato de
aferrarme a mi auténtica naturaleza. La palabra será el guiño definitivo, estas
personas deleznables en las que parecemos estar atrapados emplean un lenguaje
entre soez e incomprensible.
―Amémonos mientras podamos, siento que el éter se apodera por
completo de mí, tal vez esté ya del todo desfallecida sobre la cama. No creo
que tengamos acceso a una explicación de lo que sucede, somos sombras como las
que bailan a nuestro alrededor, sombras en busca de una realidad. Tío, no sé
qué me pasa, pero estoy tope cachonda, vamos al coche.
―Estoy de acuerdo, dejemos que fluyan nuestros espíritus y tal vez
así logremos regresar. Estoy palote.
―¡Oh, dulce misterio de la vida, por fin te he encontrado! Dale
cabrón, dale.
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