Mario tiene cuarenta y dos años y vive con sus padres:
la peor combinación. No es la peor combinación en sí misma, pero sí lo es si
quieres conocer a una chica. Inmaduro, insolvente, tarado, o una combinación
nefasta de todo ello; es lo primero que piensan sobre él. O lo que él piensa
que piensan, esa su imagen proyectada en la sala de los espejos deformados que
es siempre imaginar cómo te ven los otros.
Mario, además, no tiene bastante con
suponer lo que opina la gente sobre él, sino que se considera feo, torpe e incapaz
con las mujeres. Por eso se ha dado de alta en una web de contactos, un
ecosistema cargado de poses y expectativas en el que el anonimato le da la
suficiente confianza como para abordar a alguien que le guste.
Su perfil no tiene foto, pero con el
tiempo ha ido ganando experiencia en el manejo de estas redes y compensa la
falta de imagen con un trabajado misterio que levanta a su alrededor y con una
entrada espectacular con la que obtiene respuesta en multitud de ocasiones. Si
la primera imagen es muy importante, no lo son menos las primeras palabras, el
anzuelo en el que espera pacientemente pescar la atención de alguna chica.
Creo que tu ficha no está completa. Tu foto dice mucho más que tu descripción…
Y aunque sea una fórmula impostada, un
abrecartas con el que empezar una conversación, no deja de ser verdad. Hay días
en los que se dedica simplemente a observar el carrusel de rostros que
conforman el portal de contactos, una noria de aceptaciones o rechazos, en los
que la frivolidad puede en ocasiones dar paso a la curiosidad y a un ir más
allá. Le sucede esto último con Clara. A su foto le envuelve un halo de
tristeza innegable. Está hecha en su casa, ante el espejo del recibidor.
Vestida de noche, como si fuera a salir de fiesta, su sonrisa está algo
vencida, con los labios prietos y la mirada entre triste y avergonzada. Sí, su
foto dice mucho más que su descripción, muy escueta y genérica. Apenas menciona
que le gusta salir a tomar algo, pero que también es amiga de pasarse una tarde
de peli y mantita. Un clásico. Pero nada de viajar, de hacer deporte, ir a
restaurantes o ir de compras.
Mario deduce que Clara es una persona solitaria, ya
que todas sus fotos son selfies
sacados en su casa, una chica que por el aspecto de los muebles y por la ropa
que lleva seguramente es de clase baja, con pocos medios y mucho lastre.
Fantasea con alguna ruptura sentimental reciente que aumente su fragilidad, las
ganas de encontrar alguien que la proteja, que sea bueno con ella. Le escribe y
ella contesta. Un poco tarde, lo que ya le hace dudar sobre si estaría hablando
con otro al que su inseguridad le atribuye automáticamente virtudes
insuperables. Sin dudarlo, será más atractivo, ingenioso, decidido y sexual que
él. Se conoce ya demasiado como para no reírse de su pusilanimidad, así que se
sacude el miedo y sigue escribiendo. Tres horas más tarde, se acuesta con una
sonrisa.
Al día siguiente, despierta con un mensaje de ella
dándole los buenos días. Prueba superada, en un medio en el que la gente
desaparece sin un mínimo de cortesía.
Siguen hablando, cada vez más a gusto, contándose intimidades que en
persona les hubiera costado tal vez semanas en confesarse. Y aunque están de
acuerdo en que lo importante es el interior, ese tópico absurdo que conviene
decir para parecer sensible y que en realidad lo que hace es negar que la
persona es un todo, Mario sabe que tarde o temprano tendrá que enviarle una
foto, porque ella ya le ha soltado alguna indirecta al respecto. Es algo que
nunca hace, porque su inseguridad acrecienta el temor a mostrarse, a descubrir
su fealdad objetiva, contundente, ineludible. Se siente sucio al hacerlo, pero
busca en Google la imagen de un Juan Nadie que le resulta atractivo. Es tan
sencillo como teclear, por ejemplo, Javier
González, un nombre corriente cualquiera y escoger cualquier imagen que
resulte verosímil.
Y ha acertado, porque en cuanto le envía
la foto a Clara, nota en esta una reacción inmediata, de la que seguramente
ella no sea consciente, pero que él percibe como una puñalada que debe asumir
en silencio. La mentira, la imagen de aquel hombre de facciones viriles y ojos
verdes, hace que ella se muestre mucho más interesada, que diga tonterías como
si fuera una adolescente enamorada, irradiando una ilusión que a él empieza a
parecerle tediosa y superficial. Siendo él un impostor, traslada el desprecio
que siente por su propio cuerpo a las palabras de Clara y piensa para sus
adentros que es una persona superficial, que sólo ha mostrado interés tras
enviarle la fotografía. Desconoce que se engaña a sí mismo, que al ocultarse
tras una máscara ha matado para siempre aquella relación que parecía basada en
la sinceridad y la ilusión y cuando ella insiste en quedar, acepta sólo por
hacerle daño, por dar una excusa de última hora y dejar plantada a otra niñata
más que seguro que no tiene nada mejor que hacer en la vida. Entra en el
portal, bloquea a Clara y sigue buscando otra derrota en la que sentirse
vencedor.
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