El viejo acabó muriendo en el
lugar al que tantas veces había peregrinado en busca de su pasado. Tras oír lo
que en principio creyó ser el sonido de una rata y acabó reconociendo como un
leve tamborileo, acompañado de un gemido quejumbroso que provenía del otro lado
del suelo de mármol, retrocedió aterrorizado. Le siguieron la enfermera y la
bombona de oxígeno que arrastró de forma estruendosa en el recinto sacro, como
una fiel mascota que ve en apuros a su amo, y se desmoronó ya sin vida a los
pies de uno de los ángeles custodios. La enorme estatua se mantuvo impasible.
― En el debate de esta noche tenemos
a un invitado muy especial, que ha irrumpido de forma inesperada en el
escenario político y al que seguro que nuestros colaboradores habituales
tendrán mucho que preguntar. Bienvenido, general.
La imagen pasa del joven presentador a lo que parece ser un
muñeco andrajoso vestido de militar. Mantiene el tronco erguido con dificultad,
apoyado contra el respaldo del sillón. Lleva una gorra calada y un sinfín de
medallas en la pechera, que el ser toquetea de vez en cuando, como si quisiera
acompañar sus movimientos y palabras a través aquel teclado de acordeón hecho
de proezas convenidas.
―Gñaaaa…aciasss.
― La mayoría de nuestros espectadores
no conocen a la persona que hoy nos acompaña y que hasta hace una semana,
llevaba casi 40 años muerto: el dictador Francisco Franco.
La momia uniformada se agita en
su asiento, esparciendo aún más el tufo a podredumbre que invade el plató y esboza
una protesta.
―Caaaaaaaaaaauggggg….
¡Cloc!
La apertura vocálica ha provocado
que la mandíbula inferior del entrevistado caiga al suelo con un sonido sordo.
― ¡Caudillo! ¡Caudillo de España
por la Gracia de Dios y no dictador! ―protesta uno de los contertulios, un
joven envejecido a fuerza de conservadurismo,
gordo, engominado y director de un periódico de tirada naciona, mientras
hace el gesto de levantarse para recoger la mandíbula.
―Por fin te muestras como lo que
eres, un siervo del cainismo que ha asolado este país desde tiempos
inmemoriales Recoge, recoge la quijada con la que trataréis de nuevo de quebrar
la testuz del pueblo.
Estas palabras son proferidas por
un señor ya entrado en años, que luce ropa juvenil y escaso pelo en una coleta
canosa. Su discurso se refuerza por el enérgico movimiento de su brazo
izquierdo, en el que sostiene una pipa obviamente apagada, pero que le otorga
el justo punto de intelectualidad.
Gordo Engominado hace caso omiso
de la perorata de Pipa Apagada y trata de colocar de nuevo la mandíbula en el
rostro del general resucitado, que acaba
encajando con un chasquido desagradable que motiva que las jovencitas que el
realizador ha sentado en primera fila del público den un respingo.
La tercera contertulia, habitual en las
revistas del corazón y recientemente nombrada alcaldesa de Móstoles, se lima las uñas, ajena a todo.
―….diiiilllooooooo.
Recompuesto el aparato fonador,
el resucitado parece querer proseguir su discurso.
―Heeeevuuuuu… He vuuuuuu…. He
vuelto paaara salvar Esspaaaaa…
¡Cloc!
La mandíbula ha rodado esta vez
hasta los pies de la alcaldesa, que lanza un grito y le propina una patada.
Popular como es, el público empatiza con ella y lanza un grito estentóreo. Se
oye a alguien vomitar fuera de plano. El presentador aprovecha para tomar las
riendas de la situación y da paso a publicidad.
Un anuncio gubernamental, en el
que aparece el Presidente del Gobierno vestido de cocinero enseñando a una
joven madre a alimentar a su familia con un kilo de arroz, se ve interrumpido
de repente y la señal vuelve al plató. Un primerísimo plano de un hombre con
una careta de cerdo ocupa toda la pantalla. Se aleja unos pasos, sin dejar de
mirar a cámara y la imagen muestra a varios individuos que le acompañan. Todos ellos van vestidos de negro, pantalones
pitillo y botas con puntera de hierro, rapados, con expresión porcina y, ahora
se ve claramente, sin careta alguna.
― ¡Este país necesita otra
oportunidad, no os burlaréis del Caudillo!
Dos de los cerdos vestidos de
negro, con una escopeta de caza en ristre, cogen al general por las axilas,
prestos a llevárselo consigo.
― ¡Jossssdepuuuuutaaa!
El dictador a duras penas puede
proferir el insulto, aún en su asiento, mientras los dos neonazis contemplan
con la mirada desorbitada el brazo arrancado de cuajo que cada uno de ellos
sostiene. El que tiene el brazo derecho de Franco, tal vez arrastrado por el
absurdo, lo levanta haciendo el saludo fascista. Justo en ese momento, se oye
un vocerío. Los tertulianos y el público aprovechan para escabullirse, menos la
alcaldesa, que sigue haciéndose la manicura. Las fuerzas del orden parecen
estar llegando y los skins
desaparecen de la imagen, cargando con diversas partes del cuerpo de Franco, ya
convertido en un puzle grotesco.
A los tres días, como sucede con
cualquier noticia por impactante que sea, se deja de hablar de la reaparición
de Franco. El vídeo colgado en Youtube por Segunda Falange, apenas tiene nuevas
visitas. En él, sin disimulo alguno, el dictador es doblado con un falsete
gallego aflautado por uno de los captores, mientras otro sostiene por detrás su
cabeza a modo de ventrílocuo. El dos veces muerto Franco proclama la supresión
inmediata de todos los partidos políticos, ajusticiar a Pablo Iglesias con
ejemplares enrollados de La Razón y exige un carnet de abonado del Real Madrid para todos los miembros de
Segunda Falange.
Agotados todos los chistes y gracietas habidos
y por haber en las redes sociales, se pasa a hablar del primer tema que dicta
la ruleta del desatino informativo, pongamos un brote de diarrea en Groenlandia.
Ignorando todo lo sucedido, en un bancal de Cuenca, un agricultor encuentra al
cavar una zanja el esqueleto de un soldado republicano y le pregunta si no va a
opinar nada, si quiere decir la suya o se va a quedar callado, pero la tierra
conserva peor los cuerpos que el mármol y el difunto cenetista no está para gaitas.
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