―Otro cinco. Puente.
―¡Pues ya me estoy empezando a
hartar de los puentecitos de los cojones!
―¿Y qué quieres que haga? Si saco
un cinco, no puedo hacer otra cosa.
―¿Pero tú crees que tu madre se va
a enterar de lo que has sacado? Ya no es que esté sorda, es que le tengo que
mover yo las fichas, porque no ve ni los puntitos del dado.
―Tú a la tuya, a meterte con mi
madre, que no tienes otra cosa mejor que hacer.
―Pues se me ocurren varias mejores
que pasar la tarde del domingo jugando al parchís con una suegra medio muerta y
con el pichafloja de mi marido.
―Paqui, no empecemos a faltar al
respeto. Las reglas son las reglas y estoy obligado a sacar ficha de casa. A
ver si ahora voy a tener yo la culpa de que sólo tengas una ficha en el tablero
y que ahora te cierre yo el paso.
―La boca te voy a cerrar yo el día
que me largue de casa, a ver si te vas a pensar yo que no tengo pretendientes,
que aún me conservo bien, para mi edad.
―Claro que sí, te conservas mejor
que el lomo de orza, perdona… que el lomo de lorza. Segurao que más de uno te
iba a comer mojando pan.
―Mira, no digas más tonterías y
dale el dado a tu madre. Pero por Dios, si se ha vuelto a dormir. ¡Maruja,
despierte, que le toca!
―¡Ay, hija, estaba soñando con un
novio que se me murió en la Batalla del Ebro!
―Usted ha tenido muchos novios y un
hijo tonto. No se puede tener suerte en todo. Ea, tenga.
―Pero mamá, ¿qué haces? ¡Que no es
un terrón de azúcar!
―Déjala, a ver si se atraganta y
nos deja descansar en paz.
―Paqui, haz el favor de no faltarle
al respeto a mi madre. Mamá, sácate el dado de la boca, déjame ver, abre. ¡Pero
bueno!, ¿pues no se lo ha tragado?
―Capaz será, pero no te preocupes,
que mientras no saque un cinco en el buche, no le hará tapón.
―Muy graciosa, pero ahora díme qué
hacemos.
―Era un chico muy guapo, me dijeron
que había muerto en el frente, pero luego me enteré de que le había caído un
saco de arena en el cogote mientras montaban una trinchera y que se desnucó
como si fuera un conejo. Con lo que me gustaba a mí el arroz caldoso con conejo
y ahora no tengo buenos dientes para repelar la cabeza.
―¿Se puede?
―Mujer, Zuleida, ¡qué susto me has
dado! Entra, entra, que a mi suegra se le ha ido la cabeza y es mejor que ver
la novela de la tele.
―Ya será menos, si está fresca como
una rosa… precisamente le traía a doña Maruja un encargo que me pidió.
―Muchas gracias, Zuleida, no sé que
haríamos con mi madre si no fuera por ti. Si te apetece jugar un rato, a medio
euro la partida.
―Gracias, Antonio, pero tengo el
cocido en el fuego y me da miedo descuidarlo.
―Haces bien, el otro día salió en
la tele que a una gitana le explotó la olla exprés y la encontraron con la
cabeza abierta y llena de garbanzos. Y supongo que en el Caribe no estaréis
acostumbrados a esos avances
―Pero qué bruta eres, cariño. ¿A
qué viene asustar con esas historias a la pobre Zuleida? Quédate aunque sea un
rato, que estas ollas modernas.
―¡Zule! No te había visto. Me has
traído lo que te pedí?
―Sí, señora Maruja, no se preocupe
que luego se lo doy.
―Anda, mira cómo resucita cuando le
interesa. ¿Y a qué viene tanto misterio? Suegra, ¿se puede saber qué le has
pedido que compre?
―Una cosa sin importancia, como un
relicario. ¿Podemos seguir jugando, ¿hijo?
―Bueno, con el permiso de ustedes,
yo me retiro. Aquí le dejo esto, doña Maruja…
―Gracias, cariño, le daré buen uso.
¿Está dentro de la cajita, verdad?
―Sí, tal y como me pidió. Que pasen
una buena tarde, mañana vengo a repasar los baños.
***
―Oye, ¿seguro que a tu madre le has
puesto descafeinado? Parece otra, mira cómo saca la lengua mientras mueve la
ficha
―Mira que te tengo dicho que no me
gusta que hables de ella como si no estuviera delante. Déjala jugar en paz.
―Y con este cuatro, te como la
tercera ficha, y me cuento veinte, nuera. Yo de ti iría con cuidado, porque
estoy en racha.
―Si es que parece otra. Ayer
pensaba que íbamos a tener que sacar el testamento. Y hoy, ya ves. A mí me
escama esa mucama, no me extrañaría que el diera buchitos de ron a escondidas,
o vete a saber qué hierbas exóticas.
―Claro que sí, Paqui. Ahora resulta
que Zuleida será una narcotraficante.
―Una bruja es lo que es, que me ha
dicho la portera que todos los días preguntan por ella gente de su país, que se
llena el portal de negritos y que un día uno de ellos llevaba hasta un gallo
metido en un cesto.
―Serán familiares, mujer, a ver si
no va a tener derecho a que la visiten. Bastante favor nos hace cobrándonos
cuatro duros por limpiar la casa y entretener a mamá. ¿Verdad, que sí?
―A mi Zuleida no me la toquéis, que
sabe lo que sufro en esta casa.
― Claro que sufre usted, porque ya
no sabe cómo hacernos la vida imposible ¿Pero se puede saber qué tiene metido
en el bolsillo de la bata que no saca la mano de dentro? Antonio, que yo creo
que esta mujer nos toma el pelo.
―Mamá, venga, que te vuelve a
tocar.
―¿Y ahora qué murmura? No entiendo
lo que dice. Ya está, la embolia, le ha dado una embolia.
― Muñumuñumuñumuñu... Un tres. Si saco un tres te como la última
ficha…Todas las fichas reunidas en la casa de los muertos. ¡Tres!
― ¡No es justo, esta mujer va en mi
contra, mírala como se ríe, será posi…
―Muñumuñumuñumuñu.
― Paqui, ¿te ocurre algo? Estás
blanca como la pared. ¡Paqui, que te caes!
― ¡Mamá, por favor, deja de reírte
así, que me estás asustando! ¡Y deja ya de darle al cubilete!
― Que le dé recuerdos al soldadito
desnucado, hijo. Yo cuento veinte y sigo jugando.
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