―Es que es de cajón. Pocas sublimaciones ha habido tan claras en
el mundo de la literatura como la de Borges cuando escribió El Aleph. Eso no me lo discutirás,
aunque con la noche que me estás dando, no sé yo. Que mira que te encanta
picarme y contradecirme. Me refiero al cuento en concreto, ¿eh? No me dirás que
va a ser casual que Borges fuera ciego y que ideara ese fenómeno milagroso, ese
remedo de mirada divina a través del cual poder observar la totalidad,
convertirse en un dios tirado en el suelo del sótano de una casa vieja,
observando una esfera diminuta que concentra y muestra toda la realidad. El ojo
que todo lo ve, aquello que tantas interpretaciones ha tenido en la historia de
la crítica y que claramente es un grito desesperado de Borges por recuperar la
visión.
―Te dejaría seguir haciendo el ridículo, porque me resultas
hasta tierno cuando te conviertes en mi pedantito de pies de barro, pero es que
me está costando aguantarme la risa.
―Me voy a acabar cabreando y te vas a quedar sin postre.
―Con lo que te gusta a ti darme el postre. Anda, no seas
bobo. Si lo que quiero es que no metas la pata soltando esas barbaridades por
ahí. En mala hora te convertí en Maiferleidi,
con lo bien que estabas calladito en el gimnasio marcando pectorales.
―Yo seré Maiferleidi,
pero tú eres un cabrón con todas las letras. Un cabrón juntaletras, a ver si
voy a tener que pagar yo el pato porque te hayan rechazado otra vez la novela.
―Eso no tiene nada que ver.
―Todo tiene que ver con todo.
―Claro, como el aleph, ¿verdad? Que te vayas leyendo los
libros de la lista que te hice, no te convierte en crítico literario por arte
de birlibirloque. Que estamos hablando de Borges, de uno de los autores más
estudiados de la literatura del siglo XX.
―Y como soy muy lerda, no puedo opinar sobre él. ¿Es eso lo
que quieres decir?
―No, puedes opinar lo que te dé la gana. A mí me gusta que
hagas el burro conmigo, pero no que sueltes burradas.
―Que sí, que tengo claro para qué me quieres, ya solo falta
que me dibujes una polla en la servilleta.
―Eso también, pero cuando Borges escribió El Aleph…
―Estabas tú presente y te contó que lo había escrito para
describir tu ojete infinito. Es eso, ¿verdad? Te hacía vieja, pero no tanto.
―Esa ha sido buena, pero no. Es algo más sencillo.
―Venga, ilumíname.
―Joder, que cuando Borges escribió el Aleph, aún no estaba
ciego.
― ¿Y por qué no me lo has dicho antes?
―Como si hubiera servido para algo. Estás como un tomate, por
cierto. Anda, toma un poco de vino.
―Bueno, entonces de postre…
―Algo con dulce de leche.
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