―Es
como aquella mítica campaña prelunch de
la ONCE, la de El Cuponazo y la cola interminable de fichas de dominó humanas.
Claro, es normal que no la recuerdes, porque tú serías una cría entonces. No,
mejor no me digas la edad, porque soy capaz de arrepentirme de estar hablando
contigo. Pues hazte a la idea que fue la tomadura de pelo más exitosa de la
historia de la televisión española, una enorme serpiente… que digo, un churro
inmenso que atravesaba el paisaje urbano
y las débiles defensas de la cultura audiovisual de los consumidores
ochenteros. Un churro que le salió a los cieguitos por un pico y que forró de billetes
y de coca a los creativos de la agencia, que en realidad se habían limitado a
copiar la estrategia de la televisión americana. No es que ahora sea distinto.
Se copia igual, pero ahora la venta de formatos e ideas está más regulada. Por
aquel entonces, cualquier tarado con un morro más grande que su antena
parabólica podría dárselas de genio. Espera, que te pido otra copa.
Ella
le observa alejarse hacia la barra y aprovecha que ya no puede verla para
resoplar a gusto. Necesita estar mucho más borracha para aguantar aquello.
Apura de un trago la ginebra aguada del fondo de la copa y un cubito choca con
la punta de su nariz. El hielo le transmite la misma sensación que la charla
del publicista, pero esboza la mejor de sus sonrisas cuando éste vuelve a la
mesa, con dos copas en la mano.
―Ahora
todo el mundo se hace el entendido con los gintónics, van a pubs especializados
para pagar casi el doble por una copa, porque el último recurso de los
ignorantes es compartir una moda . Y la creación de modas es necesaria para
mover el mercado, así que todos contentos. Dentro de poco será el vodka, pero
de momento todo el mundo se deja tomar el pelo por unos granos de pimienta y
unas rodajas de pepino. Yo vengo todos los días a este bar y saben que no me
pueden tomar el pelo. Larios y Schweppes, bien cargaditos. No hay nada mejor
que reinventar la sofisticación. Yo siempre he sido de Schweppes y no por
casualidad. Fui yo quien descubrió a Bernard le Coq, el actor francés de los
anuncios de tónica de los ochenta. Tenía una fisonomía gris que daba mucho
resultado, un aspecto de oficinista medio, pero simpático e inteligente, algo
pillo. En realidad, era un cabronazo que traía loco a la compañía, porque
dependieron durante demasiados años de su imagen y el puto gabacho se creía con
derecho a ejercer el derecho de pernada con todas las becarias. Si por aquel
entonces te hubieras cruzado en su camino.
La
chica no disimula el gesto de desagrado cuando bebe el primer sorbo de la copa.
Está cargadísima y le da la sensación de estar siendo desinfectada, para que su
estómago pueda digerir la conversación. Hace poco que ha entrado a trabajar en
la agencia, pero las fantasías que tenía sobre el glamour del mundillo
publicitario se están desvaneciendo. No puede apartar la mirada de la barriga
del hombre. Le falta un botón de la camisa y de vez en cuando asoma, como un
ojo de sepia, su ombligo, ribeteado por una pelusa. Se abotona el escote de la
blusa, fingiendo que hace frío, en un gesto instintivo de defensa.
―Pero
ahora las becarias no tenéis por qué tener miedo. Sólo os queremos explotar
laboralmente, hay demasiado miedo a las denuncias de acoso. Así que puedes
hacerte a la idea de que, si no estuviera yo, te exprimirían hasta echarte a la
calle. Siempre ocurre así. Es una pirámide predadora, en la que unos se
apropian las ideas de otros. Los que estáis en la base sólo podéis aspirar a
hacer menos horas por la patilla, como decís ahora. Tienes suerte de que haya
visto en ti a alguien con un talento en bruto. La idea que tuviste con lo de
los condones era cojonuda. Cojonuda, ¿ves? Si es que no puedo evitar ser
ingenioso. Claro que luego la tuvimos que modificar bastante para adaptarla al
cliente, pero ya te acostumbrarás a esas cosas. Al principio pica, pero Manu
dejó muy claro que no quería nada ofensivo, ningún anuncio que escandalizara a
nadie. Ya sabes que el grupo está en manos de la carcoma. Deben haber acabado
con todos los bancos de iglesia y ahora buscan otros comederos. Pero lo que
venía diciendo. Que tu idea me pareció muy buena, la jovencita dejando el
condón a sus padres, porque quiere seguir siendo la reina de la casa. Pero
quise protegerte de las críticas de los jefes, por eso se la envié yo mismo,
sin meterte de por medio. ¿No vas a beber más? Pues pensé… esta chica sí que
vale. Los tiene bien puestos. De nada, chata. Claro, te espero.
Elena
entró en el baño, buscó tres monedas en el monedero, sacó el cuaderno del bolso
y salió del bar con disimulo. El
camarero, que conocía al publicista de toda la vida, no reprimió la risa al
pasarle el platillo, con una caja de preservativos y una escueta nota que decía
“Para la próxima tonta a la que des por culo”.
Redondo. :)
ResponderEliminarNo sé por qué, pero estoy seguro de que, al leer esa nota, al publicita le vino a la cabeza aquello de "Cucal... las mata bien muertas".
jajajaja, qué bueno, JuanRa :D
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