jueves, 2 de junio de 2011

ME CAGO EN EL AMOR



ÉL


Me cago en el amor. Tonino Carotone proclama tamaña estupidez con falso acento italiano, mientras imagino a su mujer estrujando a  un chihuahua contra su pecho ambarino, camino de Saint Tropez, oh, c’est l’amour, en un descapotable conducido por un pakistaní, dueño de una cadena de supermercados y de un bigote inquietante y horizontal. Pero esta imagen no me ayuda, no consigo alcanzar el karma irónico que tantas veces me ha redimido. Empieza a cansarme jugar con las imágenes, con las putas palabras. El cantante atrapado en el radiodespertador no se llama Tonino Carotone, sino Antonio de la Cuesta, y es burgalés, según averiguo en Internet. Todo es falso, salvo mi amor, y en estos momentos de sufrimiento y ausencia soy capaz de recrear a  mi domina, musa digna de una genuflexión trovadoresca, aquella que ignora mi sufrimiento, que cree ser feliz sin saber que yo lo podría compartir todo con ella. Me he bajado todos los discos de Chris Isaac y sufro. Me he comprado un póster de Audrey Hepburn para rezar por las noches. Todo me hace digno de sus besos. Clic, apago la radio y me tiendo sobre la cama.

¡Ah, los besos, mágico contacto el de la almohada empapada en saliva! Ayer soñé de nuevo que la besaba y mi erección matutina no me ha parecido tan grotesca y molesta como ocurría en el seminario. Ahora es un signo de exclamación, un grito desesperado que busca un eco húmedo y acogedor que lo justifique.

Soy especial, y ella lo notará. Tan solo queda esperar un momento de sincronía, una mirada que no se desvíe al compás de un gesto torcido. Poseo las armas, la trataré como una reina. Pondré a sus pies metáforas que conformarán un nuevo idioma. La miraré a los ojos y brotarán los versos. Disimularé en lo posible las imperfecciones de mi anatomía. Creeré que todos los espejos han sido robados de una feria. Usaré verbos en modo indicativo y pisaré con fuerza las baldosas amarillas cuando me acerque a su cuerpo.

ELLA

Espera no encontrarlo en el rellano. Lleva un rato pegada a la mirilla, pero la mala suerte se rige por leyes funestas. Los recortes de revistas que adornan su carpeta serán la salvaguarda de sus pechos. Justin Bieber, no me falles, protege mis curvas con tu flequillo. Está convencida de que él espera a oír el cierre de la puerta de casa para asomar de su caverna con aquella sonrisa tan desagradable que sólo su boca de rape puede esbozar. Lo peor de todo es aquel aroma empalagoso y rancio, a habitación cerrada, a humo y pañuelos sucios de esperma reseco. Apesta a ansiedad, por mucho que se empape en Nenuco. Le odia.

No puede esperar más, llegará tarde a clase. Son sólo cuatro pasos hasta el ascensor, se arma de valor, abre la puerta, sube el volumen de su Ipod y empieza a mascar chicle a ritmo de siete octavas.

ÉL

Soy consciente de mi locura, me recreo en ella. Ayer me dejé llevar por mi espíritu travieso. Bebí más anís de lo acostumbrado y entré al chat de poesía con un nick falso. Ojalá hubiera descubierto antes la red, me entretiene, me relaja. Me reí de todo aquel pelotón de mediocres, les demostré el patetismo de sus versos. Ensoñaciones de marujas que veían reflejada la luna en el fondo de sus fregaderos. Despojos masculinos que se envestían de una aureola de dureza urbana, en contraste con la flacidez de sus barrigas, mientras se masturbaban en charlas privadas. Frustraciones practicando esgrima sobre la delgada tabla del miedo.

 Sólo yo sé qué es el amor, más allá de los versos, de las convenciones heredadas. Conozco los referentes, no me habléis de Nabokov, es demasiado obvio. Esperaré la caída de Dido con los brazos abiertos. Pedante de mierda…

ELLA

Hijo de perra me esperabas lo sé no tienes nada mejor que hacer no pienso mirarte me das asco como te acerques te escupo a la cara cerdo puta mierda de ascensor no puede ser más lento mañana bajo por las escaleras aún quedan cinco pisos qué asco hueles cerdo no me mires Bisbal defiéndeme.
ÉL

Es una situación tan tópica que no puedo evitar sonreír. Imagino la avería, el ascensor varado entre dos pisos, la escena recreada tantas veces bajo las sábanas. Su sonrisa nerviosa, el calor sofocante. Inevitable, todo se desencadena, el tacto de sus labios carnosos, mi miembro erecto, los jadeos sofocados  con una mano temblorosa, las bragas tensas entre sus tobillos, como una bandera blanca.

            ― Qué, ¿de exámenes?

ELLA

Examen el que me estás haciendo cerdo vete a tu casa a meneártela.
           
            ― Sí.

Las puertas se abren. Planta baja. Dante y Beatriz han bajado a los infiernos. Se despiden brevemente. Ella sale presurosa a la calle. Él la sigue hasta la esquina, enciende un cigarro, da media vuelta y vuelve al edificio. Entra en casa. Se dirige a la cocina y coge un cuchillo. Con él, pela una patata y, poco a poco, la talla hasta conseguir una figura toscamente antropomorfa. La besa en la cabeza y arranca a llorar.

Ningún corifeo proclama tamaña tragedia.








 

2 comentarios:

  1. Eres muy bueno, Fleischman, con diferencia.
    Espero que tengas la buena suerte que mereces.
    (Nekanne)

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  2. ¡Muchas gracias, Nekanne! Hay que tratar de ser resultón, más que bueno, que es lo que vende. Gracias por la lectura y espero charlar contigo de nuevo ;)

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