lunes, 14 de febrero de 2011

CUPIDO A LA SAL

 (recuperando un viejo texto, de los tiempos de es.humanidades.literatura)


INGREDIENTES
Un Cupido
Sal, mucho vinagre, paciencia y tapones para los oídos.

OBTENCIÓN
Antes que nada, creemos conveniente dar una serie de consejos para facilitar la obtención de un hermoso Cupido de entre 20 y 30 kg de peso. Recomendamos al cazador novicio situarse en las inmediaciones de un parque público armado de una red y un bate de béisbol y esperar con paciencia la llegada de alguna pareja de presuntos enamorados (los síntomas son claros: tendencia al contacto físico en sustitución de una expresión oral que, de producirse, se caracteriza por una exuberancia manifiesta de diminutivos). Localizados los amantes, debemos estar atentos al inicio de su más que segura actividad amatoria. Entre arrumacos y abrazos más propios de un cefalópodo que de una persona cabal, sus corazones desbocados emitirán, a modo de morse, una serie de sonidos intermitentes que reclamarán la atención de nuestro deseoso diosecillo. Ensimismados en el fragor de la batalla y en el tránsito de fluidos salivales, la pareja no advertirá la presencia de la alada presencia que les observa desde una distancia prudencial. 

Ahí le tenemos, el alado malhechor dispuesto a engarzar con su saeta sístoles y diástoles en singular catástrofe; conocemos las consecuencias: promesas con visos de eternidad y anillos de compromiso que tiñen de verde los dedos y los anhelos al poco tiempo de ser regalados. Es en el momento en el que Cupido se concentra en apuntar hacia su objetivo cuando aprovecharemos para propinarle un certero batazo de béisbol en la coronilla a la vez que cantamos “Singing in the rain”. Al saco y a la cazuela.

ELABORACIÓN
 
Como la materia prima es caramelizada de por sí, la adobaremos a conveniencia para rebajar su natural dulzura. Así pues,  mantendremos a nuestro Cupido, previamente desplumado, sumergido en un barreño con diez litros de vinagre. Las plumas las podemos reservar aparte como ornamento del plato o bien para venderlas a escritores de noble corazón por un precio razonable. Con la maceración en vinagre nos aseguraremos de que queda bien limpio de cualquier resto de edulcorante epistolar que le hubiera quedado incrustado en la mollera.

Mantener en el frigorífico durante unas diez horas. Ignorar el pataleo proveniente de la puerta de dicho electrodoméstico. Transcurrido ese tiempo, calentaremos el horno a 350 grados y engrasaremos una bandeja con manteca y aceite de oliva. Salpimentar a conveniencia y envolver al bebé-pajarraco con los fragmentos más subidos de tono de cualquier novela de Henry Miller. También podemos decorar el lomo con unas tiras de versos de Bukowski. Pero lo más importante es cubrirlo todo de una gruesa capa de sal gruesa, lo más gruesa y soez posible (podéis encontrarla en cualquier taberna portuaria al módico precio de un insulto y cuatro dientes rotos).

Ensartaremos a Cupido con sus propias saetas a modo de parrilla  o pinchito moruno sin olvidarnos de cerrar su boca con una manzana untada en curare al más puro estilo Blancanieves. Así nos aseguraremos de que el fuego de su verbo no reviva con el calor del horno. Un Cupido no muere con facilidad y nunca podemos estar del todo seguros de su silencio. La cocción dura entre dos horas y toda la eternidad, dependiendo de la crueldad del cocinero. Ir pinchando de vez en cuando hasta asegurarse de que no queda ningún resto de azúcar en el interior. Una vez listo, retirar, cortar en finas lonchas en forma de corazón y entregar a los perros. Si éstos empiezan a comportarse como La Dama y el Vagabundo, echarlos a patadas de casa.


5 comentarios:

  1. ¡Ah, sí, buenos tiempos aquellos de es.hum.lit!

    ¡Pero qué joven se te ve aquí, Fleisch! como en una de esas fotos que nos asaltan, sorpresivas, desde un escondite olvidado y en la que aparecemos -siempre- delgados y peludos.

    :-)

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  2. Si es que ya ha llovido (para bien, creo yo). Me pregunto si aún funcionarán las ñus y la gente seguirá peleándose hasta el fin de los días, como en el final de Novecento.

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  3. ¡Pues era verdad lo del malditismo!

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  4. Nunca pensé que disfrutaría tanto imaginando ese desmembramiento, ensartamiento y cocimiento del amor.

    Lástima no disponer de una taberna portuaria a mano para empezar a hacerlo yo mismo.

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  5. Porto, sólo tienes que buscar "poeta maldito" en youtube y nos encontrarás.

    Da igual, Juanra, a falta de sal, se puede hacer a fuego lento en las calderas de Pedro Botero ;)

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