domingo, 7 de agosto de 2011

Las gárgaras del diablo

Por mucho que renuncie a la poesía, me persigue la idea de torcer el brazo al lenguaje, de conseguir esa fusión de imágenes, el balbuceo primigenio de los sueños. Balancearse sobre el filo de dos realidades.

El rumor del agua antes de empezar a hervir, las gárgaras del diablo.

Ayer escribí esas palabras y abrí de nuevo la puerta.
 
Sus bisagras son mandíbulas oxidadas, fauces  que custodian la humedad, que guardan el silencio que encorseta las palabras que nunca diré, el mismo silencio que trata de deshacer los huesos del cadáver con su lengua de sapo. La muerte está siempre acechando y las piruetas del bufón que acabará desnucado no sirven para mucho, tal vez como diversión de un hipotético espectador. La muerte es el silencio, como siempre.

No sé por qué me empeño en tratar de contar historias, en estar tras la cámara y la claqueta de la escritura. Todos queremos ser actores de nuestro propio guión, pero a veces hay que asumir el papel de espectador . Tal vez debería escribir menos, olvidarme de las palabras, tratar de vivir. Pienso en ello estos días.